Sin Categoría

El ride de la amistad

Por Ramón Pendones de Pedro
@ramon.pendones.depedro

Son personas realmente cercanas a las que la pandemia mantuvo lejanas y que, sin ningún miramiento, me ofrecieron su hogar y compañía a puertas abiertas

 

Lo que empezó como un simple viaje en bicicleta por etapas durante la Semana Santa del 2022, finalmente se convirtió también en un viaje hacia mi interior y, por qué no, hacia el ulterior también.

Esos diez días fueron realmente reveladores para mí. Sin embargo, tampoco puedo decir que este ride en cleta fue una experiencia de vida, aunque, de alguna manera, sí lo fue.

 

Tal vez no conocí sitios ignotos, aunque también los conocí, pero me refiero a lo que sucede cuando uno visita alguna parte del mundo y termina conociendo lugares exóticos e impresionantes, con culturas muy diferentes a la propia y que hace que esa experiencia marque un antes y un después en la vida.

 

Pero no, la Semana Santa del 2022 no fue ese tipo de viajes por sitios desconocidos y alucinantes, donde uno conoce a gente que no forma parte de nuestra cotidianidad. Este periplo me llevó por otros rumbos y a otros destinos más allá de los paradisiacos sitios que visité. Me llevó a conocer nuevos parajes y gente, sí, pero, sobre todo, al reencuentro con la realidad después de dos años de aislamiento forzado y virtualidad. 

 

Si hay algo que nos dejó la pandemia, fue vivir en una distopía, en una mezcla confusa y difusa entre la realidad real y la realidad virtual: “los dos materiales que forman mi canto” –diría Violeta reloaded– y que configuran nuestras vidas en este anodino siglo XXI. 

 

En mi caso particular, estos dos años fueron como un gran impasse, una especie de inmenso paréntesis en el que cupo de todo. Tuve que vivir desde lo más sublime que puede llegar a ser el amor paterno, hasta el destierro por terceros de mi corazón extraño. Pasé de la disfrutar de ser profesor universitario –tarea tan dinámica como enriquecedora–, hasta el estancamiento de mis sueños ilusos de grandeza profesional. De poner mis manos en el fuego por alguien en particular y después recibir la estocada rastrera de parte del “Brutus” de turno. De casi todo, a sentirme en la carencia absoluta dentro de mi propio desierto de reclamos, dudas y diatribas.        

 

Pero bueno, volviendo al tema de mi “Semana Tanda” en bici, y si me pidieran resumir la experiencia vivida con una sola palabra, esa tendría que ser, sin lugar a dudas AMISTAD.  Porque en la devastación de la solitud y la lipidia con la que enfrenté este reto auto-impuesto de recorrer 600 y tantos kilómetros en una semana y pico, encontré algo mucho más valioso que cualquier viaje de lujo o de uno “todo incluido”. 

Encontré, o más bien me reencontré, con amigos y amigas de verdad, no de esos de los que solo aparecen en el “Metaverso” para brindarle a uno un gesto virtual con un pulgar en alto, un corazón rojo o una sonrisa plana, de vez en cuando.

 

Son personas realmente cercanas a las que la pandemia mantuvo lejanas y que, sin ningún miramiento, me ofrecieron su hogar y compañía a puertas abiertas; me ofrecieron su corazón para que se abrazara con el mío, aunque fuera solo por unas horas o un par de días.

 

No puedo estar más agradecido con la vida que, aunque no me ha convertido en una persona acaudalada, sí que me ha hecho rico en afecto y cariño. Me ha dado un batallón de personas amables y queridas que confían en mí y me han apoyado a ojos cerrados en mis momentos mas oscuros y desafiantes.

 

Para todas estas personas, siempre existirá un lugar especial en el recuento de mi existencia y siempre estarán presentes en este ride de la amistad, que es la vida.

 

Escrito originalmente en abril, 2022, corregido en agosto, 2022.