Por Arianna Villalobos
@arianna1204
Se trata de ser el canal entre los hechos y las personas, darle voz a las historias que requieren ser escuchadas.
La independencia tiene muchas facetas. Desde sus interpretaciones políticas hasta sus interpretaciones sentimentales y personales, se trata de un tema que acarrea consigo múltiples cuestionamientos y discusiones complejas. Una de estas discusiones viene dada en la línea profesional del periodismo. ¿Qué se puede pensar sobre la independencia en esta línea profesional y en el ámbito mediático? ¿Qué es hoy en día un periodista independiente? ¿Cambia esta figura el futuro de la profesión?
De manera sencilla, y sin ningún revestimiento de formalidad académica-terminológica, la expresión “periodismo independiente” se esgrime hoy en día para describir un medio que se aleja de las pautas editoriales permeadas de tintes políticos y sociales. Los medios y periodistas que se describen a sí mismos como independientes tienden a escudarse bajo el principio de ser imparciales y objetivos—de mirar, esencialmente, a la profesión desde una óptica fresca y libre de cadenas tradicionales.
Naturalmente, la idea de un periodismo independiente resulta tentadora: un canal libre de decisiones editoriales que responden a una línea política, libre del amarillismo que únicamente busca mantener un nivel de ratings altos para el medio y libre de una agenda mediática predeterminada y añeja. Pero, ¿cuál es el precio a pagar por esta tan aclamada independencia?
Una de las principales críticas recibidas al enfrentarse con la frase “periodista/medio independiente” es la incerteza profesional que esta acarrea. Es decir, ¿puede cualquiera considerarse periodista y construir un medio sin ningún tipo de aprobación o base tradicional que le dé soporte? La realidad es que sí. A nivel de derechos humanos, la libertad de expresión ha robustecido la capacidad comunicativa de las personas; ha garantizado el derecho a tener una voz y hacerse escuchar. Se trata de un puente entre las personas y la comunicación.
Pero, ¿hasta qué punto la independencia funciona como un anti-filtro que evita cierto nivel técnico requerido para informar de manera adecuada? Es decir, ¿puede cualquiera autoproclamarse periodista independiente y redactar notas que califique como “noticias”? La realidad jurídica y social es que sí. La era digital y la cuarta revolución trajeron consigo la posibilidad de que cualquier persona con un dispositivo y ganas de comunicar pueda, perfectamente, hacerlo. En un milisegundo la información puede recorrer millones de kilómetros y aparecer en la pantalla de miles de personas. Esté curada la información o no, esté editada o no, y esté correcta o no, igual viaja y se transmite. Entonces, ¿qué queda por hacer?
No se trata de un análisis pesimista; en realidad, la independencia en el ámbito profesional del periodismo es uno de los mejores regalos que las normas jurídicas y sociales pudieron haber creado. Ese derecho a la libertad de expresión, esa independencia de lo tradicional, abre un sinfín de posibilidades para que la profesión cambie y se transforme, pero implica y requiere de un alto nivel de responsabilidad.
Esos elementos de objetividad e imparcialidad siempre serán utópicos (el subjetivismo en un ser humano es casi que un estado natural que no puede quitarse), pero el declararse como periodista o medio independiente requiere, entonces, de un compromiso adicional. Podría verse como un precio a pagar por gozar de ese título de independencia.
Es un compromiso con la naturaleza misma del acto comunicativo: respetar la transparencia y entender que no se busca favorecer un tinte político o de algún grupo social en específico, sino ser el canal entre los hechos y las personas, darle voz a las historias que requieren ser escuchadas y fomentar un constante aprendizaje y diálogo entre el Estado y las personas.
A nivel doctrinal existe una disputa entre quienes apoyan los medios tradicionales (también conocido por muchos como “periodismo militante”) y quienes apoyan los medios independientes. Lo cierto es que ambos deben responder a códigos éticos que terminan siendo los verdaderos elementos que distinguen qué información vale la pena consultar y qué información está siendo publicada para satisfacer intereses ocultos.
Termina siendo un trabajo dual: por su parte, el periodista o medio deberá trabajar para cumplir con su profesión, y los usuarios tendrán la responsabilidad de verificar aquello que leen, de consultar y generar opiniones críticas al respecto. Solo así se podrá lograr un canal comunicativo efectivo.