Sin Categoría

De-semejanzas

Por Ana Laura Torrealba
@_anatorrealba_

 

Llegué a este mundo sin la menor idea de qué hacer, quién ser ni cómo comportarme. Por dicha, en el cuarto de la par tenía un recurso maravilloso: todos los diarios en los que mi hermana escribía religiosamente y detallaba sus experiencias de niña preadolescente navegando la vida

Crecer, enfrentar retos, sentir vergüenza, equivocarse, hacer amigues, enamorarse y que a una le rompan el corazón: hitos de la vida por los que todes tendemos a pasar. Yo tuve la suerte de tener un ejemplo a seguir desde el momento en que nací, una hermana que es cinco años mayor que yo. 

Llegué a este mundo sin la menor idea de qué hacer, quién ser ni cómo comportarme. Por dicha, en el cuarto de la par tenía un recurso maravilloso: todos los diarios en los que mi hermana escribía religiosamente y detallaba sus experiencias de niña preadolescente navegando la vida. Entonces, si mi yo de siete años quería tener una idea de a qué atenerse cuando llegara a sexto grado de la escuela, tenía a su disposición los libritos mágicos de su hermana. Fue una invasión descarada a su privacidad, lo sé y lo supe en ese momento; pero ninguna autora publicada ha logrado cautivarme tanto como las aventuras que contaban esos cuadernitos que yo leía como si fueran manuales de instrucciones. 

Mi etapa de metiche no duró mucho, pero sí me marcó. En parte fue así como mi hermana se convirtió en mi referente para muchas cosas. Si ella conseguía un logro a cierta edad, yo debía hacerlo también. Ella era el ideal, la perfección. Ella era la estudiosa, responsable, carismática e inteligente; era el modelo que yo aspiraba replicar, pero nunca tuve éxito. Siempre hemos sido diferentes, nos criaron en una dicotomía en la que todo lo que ella era, yo no podía serlo. Entonces, si ella era todo lo bueno y perfecto, yo era lo contrario. 

Ahí empezó mi búsqueda desesperada por distanciarme de ella. La imagen que tenía de mi hermana como mi compañera, la persona con quien cantaba y bailaba las canciones de Belinda, Shakira, OV7 y Jonas Brothers, quien me peinaba y vestía, con quien hacía pijamadas y reía a carcajadas; cambió drásticamente. Le tuve rencor por haberme dejado unos zapatos imposibles de rellenar y por ser la favorita de mis papás. 

Mi alma se retorcía cada vez que escuchaba comparaciones entre ambas. Me llenaba de ira, porque sabía que éramos totalmente opuestas y eso me colocaba inmediatamente en una posición de desventaja. Entonces, nos convertimos en enemigas la mayor parte del tiempo. Parecía que nos odiábamos, viéndolo en retrospectiva comprendo que nunca fue así. 

A pesar de las constantes peleas, mi hermana siempre estuvo ahí para mí y yo para ella. Las puertas de su cuarto siempre permanecieron abiertas para cuando yo la necesitara. Constantemente tuvo amor y apoyo para darme cuando yo lloraba. Y era recíproco, los mejores consejos los recibía de ella, y ella de mí. Todos nuestros corazones rotos los hemos remendado entre las dos. 

Conforme fuimos creciendo adquirimos la capacidad de entendernos mejor. Comprendí que ella no era ese ideal perfecto que yo tanto resentía, y que tampoco era una enemiga de quien debía defenderme. Por el contrario, era humana como yo, con equivocaciones y heridas en su historia, tampoco sabía lo que estaba haciendo la mayor parte del tiempo. Al fin pude entenderla y asimilar que en realidad no somos tan opuestas como creía. Ambas compartimos la experiencia de la vida que llevamos juntas, cada una con su propia versión. 

A través de muchas conversaciones catárticas, ambas nos dimos cuenta de la admiración desmedida que sentimos una por la otra. Me sorprendió saber que ella, a quien yo siempre había idolatrado en silencio, veía en mí cualidades que ni yo notaba.

Reflexionar acerca del camino que ha tenido nuestra relación me lleva a pensar en que nos hemos tenido que odiar para podernos amar. Nos hemos tenido que equivocar una con la otra para aprender a pedir perdón. Tuvimos que pasar por nuestra etapa de pelear todos los días para que ahora, al tener yo 22 y ella 27 años, podamos compartir nuestras vidas y hacernos reír incluso más que cuando éramos niñas. 

Ya no hacemos pijamadas ni jugamos como antes, pero hemos encontrado nuevas maneras de seguir conectando. Todavía cantamos juntas a todo pulmón las canciones de Belinda, Shakira y los Jonas Brothers, pero esta vez lo hacemos poniendo Spotify en el carro y no una grabadora en el cuarto. Aún jugamos al salón de belleza, pero ahora soy yo quien la peina y la maquilla cuando sale. Mana sigue siendo mi confidente, y yo la suya. Por eso es que para mí, pensar en amor es pensar en nosotras.