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Cuando el capitalismo le puso precio a nuestros derechos

Por Keylor Robles Murillo
@keykeyrob

La sociedad no se cambia con actos simbólicos y políticas de reconocimiento vaciadas de contenido político; al contrario, se requieren compromisos transformadores.

En diferentes coyunturas, el movimiento sexualmente diverso, o disidente, se ha articulado contra el avance del neopentecostalismo y los fundamentalismos religiosos en la política costarricense. Contra esos partidos que, aunque cambien de nombre, tienen un objetivo claro: reforzar e imponer barreras estructurales que nos impidan el ejercicio efectivo de nuestros Derechos Humanos. En otras palabras, arrebatarnos las conquistas de décadas y devolvernos a la caverna/clóset.

 

Sobre lo anterior, pareciera que existe un consenso en el movimiento. Reconocemos quiénes se han autoproclamado como enemigos del movimiento. Sin embargo, el nudo problemático se origina cuando aquellos sectores autollamados progresistas, “aliados” en contextos electorales, nos dan la espalda y acuden a nuestros derechos como monedas de cambio.

 

En las elecciones de 2018, sentimos miedo ante la posibilidad de que un candidato fundamentalista de derecha, llegara a la presidencia de la República. Su triunfo hubiera sido un retroceso incalculable en cuanto a las garantías de las personas sexualmente diversas y de las mujeres. En ese mismo contexto, se consolidó una propuesta partidaria que convirtió “los colores de la diversidad y el amor” en su eslogan. Por supuesto, entre un candidato neopentecostal y otro progresista, la respuesta es clara. No obstante, ese mismo partido progresista/oficialista, negoció con las tendencias conservadoras para aprobar la Ley Marco de Empleo Público (Ley N° 10.159). Aquella separación, en 2018, entre el conservadurismo y el progresismo se diluyó en el marco de intereses.

Esos intereses no son resultado del azar; al contrario, responden al proyecto neoliberal. Por esta razón, durante las últimas cuatro décadas, independientemente del gobierno de turno, han prevalecido los intereses de las élites económicas, es decir, esos grupos de poder que logran imponer sus fines mediante la alianza indisoluble con las élites políticas. Alianzas que se mantienen a través de supuestas relaciones de cooperación, por ejemplo, el financiamiento multimillonario de las campañas políticas.

 

Por esa razón, no es de extrañar que diputaciones del partido oficialista emplearan la objeción de conciencia como el mecanismo para aprobar la Ley N°10.159. Dentro de esta maquinaria política de “construcción de acuerdos”, hubo un “daño colateral”: los Derechos Humanos de las personas LGBTIQ+ pasaron a segundo plano.

La sociedad no se cambia con actos simbólicos y políticas de reconocimiento vaciadas de contenido político; al contrario, se requieren compromisos transformadores. Si bien, es indispensable que las personas de grupos históricamente oprimidos asuman los puestos de toma de decisiones, se necesitan acciones reales que apunten a cambios sustantivos. Es decir, no se reduce a la elección de diputaciones LGBTIQA+, sino que debemos exigirles que luchen por la efectivización de derechos. 

 

Apunto todo lo anterior para llegar al centro de la discusión: cómo el capitalismo les puso precio a nuestros derechos. Shangay Lily, activista español (1963-2016), aportó un concepto: gaypitalismo, para explicar cómo las élites se apropian de nuestros derechos y los convierten en mercancías y, a su vez, cómo ciertos partidos políticos incorporan las luchas para mostrar un “rostroprogresista”; sin traicionar sus intereses Neoliberales. 

 

Las empresas que promueven las mal llamadas economías colaborativas y fomentan la precariedad laboral; pretenden ocultar su lógica de explotación al incluir banderas del arcoíris durante el mes de junio. Esto se entiende desde la estrategia mercantil del pinkwashing, o capitalismo rosa. Las mismas empresas que acuden a esa estrategia encabezan en algunos casos los desfiles/marchas del Orgullo; volviéndose protagonistas frente a la población que ha luchado históricamente. En este caso no busco aportar la despolitización del Orgullo; ese tema queda pendiente.

 

El problema es la defensa de las empresas que se sostienen bajo nuevas formas de esclavitud, pero que en el mes de junio se “lavan la cara abrazando la diversidad”. Esta realidad se agrava cuando se enaltece al capitalismo, otorgándole una capacidad divina y redentora, pues según sus defensores “el capitalismo ha sido el único sistema garante del ejercicio de los Derechos Humanos de las personas LGBTIQA+”. Claro, el capitalismo es “abierto” a todas las poblaciones, en su gran fiesta de explotación y acumulación de capital cualquier persona es bienvenida; pero eso no quiere decir que tenga un compromiso con la defensa de los derechos de grupos oprimidos.

 

Ernesto Meccia, escritor argentino, afirma que el capitalismo se ha interiorizado de formas tan profundas en el movimiento de diversidad sexual, que ha logrado modificar nuestra existencia en la propia población. Existimos cuando consumimos, y justamente por esa capacidad adquisitiva nos volvemos visibles, lo cual, en cierto modo, nos asegura la condición indispensable para poder ejercer derechos. Por esta razón, muchas veces ciertos sectores de la misma población sexualmente diversa no son contemplados en la construcción de algunas demandas, que en ocasiones suelen ser bastante clasistas.

El capitalismo no solo ha mercantilizado nuestros derechos a través de algunas empresas, también, como apunta Ernesto Meccia, nos ha modificado las formas de organización. Nos ha fragmentado a ser solamente individuos, es decir, una suma de particularidades, en donde no compartimos elementos con las otras personas que también son parte de la población. La realidad se ve en átomos, sin entender que la violencia, la opresión y la desigualdad remiten a un mismo contexto; el cual ha sido negado por la visión ideológica neoliberal. Con esto se elimina la posibilidad de proyectos colectivos de emancipación, lo que importa es que cada quien se libere; como si fuera tan sencillo. Nuevamente se despliega la narrativa neoliberal del esfuerzo y la culpa: si alguien no logra ser libre, es su culpa; y nunca de un sistema que enraíza la opresión.

 

Para avanzar hacia una sociedad más justa, es necesario reconocer algo: el desarrollo integral y pleno de la humanidad no es posible en el marco del capitalismo, pues este sistema requiere de la explotación para su funcionamiento. Además, debemos apelar para que nuestros derechos dejen de ser monedas de cambio por parte de partidos políticos y dejen de ser mercantilizados. Las luchas históricas de personas comprometidas con la transformación social, ¡nunca tendrán precio!

 


Trabajador social e investigador [ él ]