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Covid y lo que pudo ser

Por Adrián Fallas

Pienso en el 2020, cuando las restricciones vaciaron las calles y recuerdo la calma de ir con Beto sin el ruido de cientos de carros, sin el humo de camiones y buses.

Sé que escribo desde el privilegio. El Covid-19 no me afectó de gran manera. No perdí mi trabajo, ningún familiar o amigo sucumbió ante la enfermedad y, cuando estuve contagiado, no me sentí mal.

Sé que corrí con suerte durante los meses más complicados de la pandemia. Lo acepto.

Por esta razón he pensado mucho escribir estas líneas. Lo hago porque recordando los meses más complicados del 2020, tengo presentes situaciones que viví y me generan sentimientos encontrados. Mientras disfrutaba, otros la pasaban realmente mal.

Me explico: Una de mis rutinas diarias es salir a caminar con mi perro Beto. Soy de madrugar, y siempre, a eso de las seis de la mañana, estamos recorriendo las calles.

El rato de la caminada lo aprovecho para escuchar podcasts o música y tener un respiro antes de empezar el día laboral.

Pienso en el 2020, cuando las restricciones vaciaron las calles y recuerdo la calma de ir con Beto sin el ruido de cientos de carros, sin el humo de camiones y buses.

Mañanas límpidas, cielos celestes y el canto de los pájaros que tomaron los árboles y el tendido eléctrico, sin automóviles que opacaran su trinar.

Los buenos recuerdos que tengo de esos días muchos van de la mano a la falta de presas, a lo fácil que era movilizarse cuando era necesario.

En vez de durar 45 y hasta 50 minutos llegando al trabajo, viajaba en la mitad del tiempo, sin embotellamientos y el estrés de maniobrar en una ciudad donde sobran carros y faltan calles transitables.

Un par de veces pude detenerme a la orilla de calle y tomar fotos del atardecer, o del amanecer.

También tengo grabadas en la memoria varias conversaciones. Unas en persona con los seres más cercanos, otras por el WhatsApp y algunas en Zoom, reliquia tecnológica pandémica.

Mucho se conversó sobre el hecho de que al final del túnel había oportunidades para ser diferentes. Trabajar menos y disfrutar más de amigos, familias y parejas. El chance de ser mejores personas y que la sociedad fuera un poquito más comprensiva, más empática, más dispuesta a ayudar al prójimo.

Dos año y pico después acá estamos. De vuelta a donde empezamos.

Encerrados en presas, de camino a trabajos donde un jefe cree que solo en la oficina se trabaja, olvidando las promesas de ver a más amigos y familiares, en una sociedad donde la pandemia, obviamente, hizo más ricos a los ricos, donde seguimos nuestro camino sin volver a ver al que necesita, con calles llenas de gente sin techo y comida. Mientras, seguimos como que nunca nos dimos cuenta que se puede vivir de otra manera.

A veces extraño esa esperanza y lo que pudo ser.