Por Lorenzo Jiménez
@lorenzo.35film
Hace unos días hablaba con unos compas sobre la primera vez que se subieron a un skate y de cómo, sin saberlo, ese contacto primerizo con la sencillez de una tabla sobre ruedas, iba a cambiar nuestra forma de ver y vivir nuestras vidas.
Es cierto que hay quienes empiezan a patinar para poder estar con sus amigos un rato en la calle. Hay quienes lo hacen para ejercitarse y ser los mejores (muy olímpicos); otros lo hacen para expresarse y liberar energía, también, los que lo ven como una forma de transportarse de un lugar a otro.
Indiferentemente de porqué se patine, todos sabemos que el skate es un acto de prueba y error constante, en el que se va construyendo un patron experimental para lograr una meta. El eterno aprendizaje que nos hace estar en constante movimiento, ser curiosos y majaderos nos identifica.
Somos majaderos por que tenemos la certeza de que, si fallás mil veces, habrá una acción final satisfactoria que cambiará todo, que valdrá por todas las caídas, el cansancio, los golpes, la gente malhumorada que te quiere sacar del spot, y es la misma majadería la que nos hace apreciar y valorar ese sentimiento cada vez más y más.
Esa acción consciente de satisfacción al lograr la meta es lo que nos hace querer seguir sobre el skate y siempre permitirnos experimentar nuevas formas y caminos. Es el ADN que impulsa al skateboarding a ser una subcultura con gente que quiere ver más allá de las gradas o las paredes de un edificio, y crear en ese entorno un campo de diversion infinita, escuchando a nuestro niño interno y expresando nuestra esencia.
El ojo clínico en el skate se desarrolla viviéndolo. Así comenzamos a diferencias estilos, apreciar los videos, las fotos, aprendiendo siempre algo más que trucos, poniendo atención a las nuevas caras y respetando a los veteranos.
Así ha sido desde la primeras generaciones del skate allá por los años 60s, 70s, 80s en California. Skaters como Ray Barbee, Tommy Guerrero, Steve Caballero, Mr Olson, Ian Mackaye, Fred Mortagne son personas que, basados en su experiencia patinando, generaron pensamientos y estilos nuevos en sus proyectos. Eso ocurre ya sea la música que hacen, el arte que crean o en la cultura que comparten.
Pero bueno, tampoco hay que irnos muy largo, acá en Costa Rica hay patinadores contemporáneos que son increíbles artistas, músicos, arquitectos, fotógrafos, videógrafos o emprendedores, que comparten ese sentimiento de estar en constante evolución y proponer nuevos estilos.
Hay que reconocer el esfuerzo de marcas nacionales como Solowood, de Daniel Solís, el skater detrás de ese proyecto. Solowood ha colaborado con varios artistas nacionales e internacionales, como el francés Lucas Beaufort, artista visual con gran trayectoria. También han trabajado diseños de tablas con ELNA.
Solowood tiene una selección muy curada y variada en cada colección de tablas; su visión invita a que otras personas se atrevan a crear y colaborar. Y así ocurre con múltiples proyectos que nacen con muy buena energía. Cito otros casos, como la revista impresa y digital Standby project, los videos de Francisco Saco, los trabajos audiovisuales de Sabotage skate Media, los diseños arquitectónicos de André Ramírez, tiendas como Nacional Skateboards o Puriticoskate. Cada uno de los proyectos trata de aportar su grano de arena a la cultura y diversidad en el skateboarding.
Ciertamente, todos quedamos atrapados en el skateboarding por diferentes formas, pero es gracias a todos esos proyectos e ideas que se mueven dentro de nuestro mundo del skate, que inspira a muchos y hace del skateboarding su estilo de vida.
Entre patinetas, rocanrol y fotografía. Soy majadero de nacimiento y comunicador audiovisual de profesión.