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Por Floria Herrero González

El concepto del tiempo está por siempre presente en cada acción llevada a cabo, en cada propuesta y cada idea, hasta en las conversaciones casuales que toman lugar en sus pasillos.

Reconocer en lo material su temporalidad implica realizar, al mismo tiempo, que todo lo que conocemos va a llegar a su fin, eventualmente. Vendrá un día, en el futuro, en el que nos será imposible recordar con claridad los espacios que transitábamos (las personas que veíamos día tras día) y, con ellos, el ritmo que nuestra vida solía llevar; nuestros hábitos, acciones e, incluso, el futuro que habíamos imaginado entonces, al estar ahí. Se trata de un pensamiento que surge posteriormente, al haber dejado esos lugares y a esas personas, en un intento por reconstruir algo que ya no está para volver, por medio del recuerdo, a esos espacios empolvados de la memoria.


El caso de _temporal es distinto. Desde el primer día en el que entramos a una de sus salas —día que aparece registrado en números rojos sobre una de sus paredes— se hace evidente esa temporalidad que amenaza cada segundo. Lo efímero de una experiencia transitoria es capturado aquí en un espacio que ha adoptado la forma de una ruina, en parte por el tiempo que ha pasado desde que fue habitada por última vez y, en parte, por el esfuerzo consciente de preservar dichos vestigios, trazos que sirven de recordatorio de que lo que vemos no es sino los restos de una historia que ya no es.

En este sentido la historia de _temporal se puede equiparar a la historia de la ciudad de San José, conteniendo en sí muchos de los cambios que han tomado lugar durante los últimos años y que hicieron posible apropiarse de una arquitectura tal, de darle una nueva vida durante el poco tiempo que le queda, tan solo para iniciar la cuenta regresiva hacia su destrucción inminente.

Así, el concepto del tiempo está por siempre presente en cada acción llevada a cabo, en cada propuesta y cada idea, hasta en las conversaciones casuales que toman lugar en sus pasillos, o al detenerse en la terraza a mirar hacia el jardín, o al subir las escaleras de la entrada para hacerse por primera vez con una mirada a la antigua casa, ahora más museo que otra cosa (museo no solo de arte, sino de sus propias estructuras —una suerte de reliquia).

Y pese al sentimiento de estar anclada en el pasado (serán los materiales, las formas, su arquitectura), esta evoca al mismo tiempo todas las posibilidades de un espacio que no tiene ni un tiempo ni una forma definida, un espacio que es maleable, y que nos invita, a través de esa posibilidad, a transformarlo continuamente. Esta libertad de construir es la que define finalmente lo que toma lugar, un espacio marcado por el paso de quienes lo atraviesan, indistintamente de la disciplina a la que pertenezcan.

Somos seres temporales, no podemos controlar el futuro. Lo que podemos hacer es el esfuerzo por vivir el presente intensamente, como conjunto de todo lo vivido. Esta exposición procura precisamente eso: traer al presente aquello que tuvo lugar en el pasado, a las personas que han habitado _temporalmente esta casa, para situarlas en un mismo espacio y tiempo, como recordatorio de lo acontecido hasta entonces. 


Floria Herrero González (San José, 1994), es una historiadora de arte y curadora graduada de la Universidad Complutense de Madrid. En la actualidad vive y trabaja en San José, Costa Rica, en dónde investiga la producción artística de su abuela, Floria Pinto, como parte de un proyecto de investigación iniciado en el 2019.