Por Carlos Soto
@la.necedad
El molote me ha dado amistades, enemigos, crushes, plata perdida, apuestas ganadas y un puñado de anécdotas que giran alrededor de la música y los tragos.
Mientras el carro le daba la vuelta a la esquina bajé las ventanas y pude oírla: una voz femenina cantaba tranquila, un domingo en San José, frente a unas 100 personas. Los conciertos estaban de vuelta.
Habíamos estado cerca de ciertas opciones a los conciertos como los livestreams (cuya novedad se agotó muy rápido), los conciertos clandestinos (no gracias) y los conciertos para escuchar dentro del carro, que –como había contado en mi newsletter LA NECEDAD– permitían sentir cierta cercanía a la música y a la gente, pero nunca capturaban la verdadera esencia de lo que nos gusta de un concierto: el molote.
Crecí viendo conciertos en DVDs, pero en el momento en el que pude ir a conciertos por mi cuenta y experimentar el molote en primera persona, dejé de botar la plata en eso. Era mucho más emocionante estar en el patio de alguna casa o frente al escenario de un bar esperando a que una banda saliera a tocar y ver cómo un grupo de personas que aparentemente no tenían nada en común se transformaban en un solo coro, casi en una familia.
Nunca voy a poder conocer a Roger Waters, el protagonista de la mayoría de mis DVDs, pero una vez al mes podía sortear el molote en algún bar de Chepe, acercarme a algún músico local y contarle cuál era mi canción favorita en su repertorio. Los conciertos locales incluso normalizaron, en mi caso, que había un montón de mujeres haciendo rock y que a la gente le gustaba, algo que no pueden decir todas las escenas artísticas de otros países del continente.
Poco a poco también empezaron a armarse molotes alrededor de visitantes que nunca pensamos tener en el país: Metallica, Lady Gaga, Katy Perry, Elton John, Paul McCartney, Björk. En los 2010s vivimos una época dorada para el molote internacional. Una vez hasta ocurrió que Roger Waters y Bad Bunny tocaron durante el mismo finde y varios fuimos a los dos conciertos. Nos saludamos con cariño sabiendo que el molote era igual de importante en nuestras vidas.
El molote es un estandarte en nuestra cultura porque abre la puerta al bombetismo, otro comportamiento que los ticos aman criticar y practicar. El molote me ha dado amistades, enemigos, crushes, plata perdida, apuestas ganadas y un puñado de anécdotas que giran alrededor de la música y los tragos.
Ustedes ya saben lo que pasó luego: el molote se extinguió. De pronto una de mis actividades favoritas se volvió una pesadilla. Literalmente. Yo nunca sueño, pero por algún motivo mi subconsciente me atormentó poniéndome en medio de un concierto rodeado de miles de personas sin mascarillas, el sueño más grosero que tuve durante estos dos años.
Por eso es que cuando distintos artistas empezaron a anunciar giras internacionales para fechas del 2022 sentí repulsión. ¿Pensaron que iba a decir felicidad? ¿Que se me iluminaron los ojos? No. Sentí un vacío en el estómago. ¿Cómo serían esos molotes? ¿Sería mucho molote?
Mi redescubrimiento del molote vino con la oportunidad de ver esos conciertos grandes en Costa Rica. Anunciaron a Coldplay. Luego anunciaron el festival Picnic. Y luego a Bad Bunny.
De pronto esos dos años sin conciertos pesaron y mi repulsión mutó en curiosidad. Parte de la gracia del molote es que nunca se sabe qué va a pasar y el prospecto de reencontrarme otra vez cantando canciones a todo pulmón con un montón de desconocidxs me emocionó.
Había que practicar un poco antes de lanzarse a un molote con miles de personas, eso sí. Fue así como di con un concierto al aire libre en medio del barrio La California, el espacio de San José que ha visto a cientos de bandas nacer y morir.
En el marco del evento El Chopo Tico, la banda nacional Magpie Jay renacería con un nuevo cantante y la banda Canina –liderada por Eva González Montero– daría su primer concierto.
Mientras el carro le daba la vuelta a la esquina bajé las ventanas y pude oírla: Eva cantaba tranquila, un domingo en San José, frente a unas 100 personas, su tema “Bebecito”. Habíamos llegado tarde.
Extrañaba los conciertos, sí, pero no esos afiches engañosos en los que no explican las horas en las que podés ver el concierto. Tampoco extrañaba darle refresh a una pantalla por horas antes de lograr conseguir una entrada para ver un show internacional. No extrañaba las partes feas, obvio, pero agradezco tener de vuelta las buenas.
El show de Magpie Jay fue suficiente para convencerme de que estaba en el lugar correcto, con el sol en la cara, viendo a decenas cantar canciones que tenían al menos tres años de no escuchar en vivo. Esa energía colectiva que nos da el molote no es un sentimiento intercambiable ni uno del que me vaya a cansar pronto.
Se nos viene una temporada de muchos conciertos dentro y fuera de Costa Rica y con ellos, cientos de momentos pequeñitos que vamos a apreciar cuando no estemos frente a un escenario. Se vienen más oportunidades de abrazar, de sanar y de cantar como si no hubiese mañana. Que nunca nos vuelva a faltar el molote.