Por Adriana Álvarez
Con el paso de las semanas, de los meses, cuando el sentimiento de tristeza profunda se fue convirtiendo en amor puro, pude entender varias cosas…
Cuando nací, en mi casa ya había mascotas de todo tipo, principalmente perros, aunque también otras como hamsters, gatos, pericos, loras (yo sé que los pericos y loras no son mascotas, pero eso fue hace muchos años).
He sido amante de los animales a lo largo de toda mi vida, igual que como lo han sido mi papá, mi hermana, ahora mi esposo y mis hijos. Mi mamá… pues a mi mamá no le quedó de otra más que aprender a amarlos.
No sé lo que es vivir sin un perro. Incluso durante los años en que viví fuera del país, busqué la manera de estar cerca de uno. Por los primeros dos años cuidé a Luca y a Flory, mientras que para el tercero mi compañero de casa tenía perro y yo me enamoré profundamente de ese Bull Dog llamado Aurelio. En esto de las mascotas podría decirse, como repetía mi abuela, que soy “corazón de potrero”.
Le agradezco profundamente a mis papás el haberme expuesto a convivir con estos seres desde tan pequeña, porque estoy segura de que eso me dio más herramientas para valorar la posibilidad de vivir la vida con simpleza. Aunque a veces es algo se me olvide, estar con ell@s me lo recuerda.
Los animales, especialmente los perros, nos exponen constantemente a relacionarnos con la muerte pues, al vivir muchos menos años que nosotr@s, cada uno de ellos que se va nos obligan a tener que hacer un duelo y experimentar un luto.
He tenido que afrontar muchas pérdidas y cada una me ha enseñado cosas distintas, pero este año me tocó acompañar en su partida de este plano a Gardel, Zizou y Barack en cuestión de dos meses. Fue muy impresionante vivir la muerte de tres seres amados en tan poco tiempo, así como fue difícil emocionalmente. De una manera muy extraña, aunque ninguno de los tres vivió conmigo en los últimos años, en esta etapa de su despedida pude acompañarles y quiero pensar que no fue casualidad, sino que fue elección de ellos.
Gardel, un Weimaraner que, por su tamaño, parecía Gran Danés tenía ojos color miel, que se le mimetizaban con su pelo. Era de mi hermana y mi cuñado y era, además, el hijo de Tango, mi perro que murió en el 2014. Ellos se fueron a vivir fuera del país hace tres años y Gardel quedó viviendo en la casa de mis papás.
Zizou era un Border Collie con pelo largo blanco con negro a quien lo que más le gustaba era mojarse con los aguaceros. Con tan solo una gota que cayera del cielo se postraba en medio del jardín deseoso de que le cayera la lluvia, así como a ladrarle a los truenos. Se lo regalé a mi novio (ahora mi esposo) en el 2010. En el 2011 nos fuimos del país; Zizou se fue a vivir con mi hermana y se hizo íntimo de Gardel, por lo que no pudimos separarlos más. Zizou también pasó sus últimos años en la casa de mis papás.
Barack, Boston Terrier, era mi “chancho”, también conocido como “Mordi”. Roncaba como un furgón compresionando, bajando el Monte del Aguacate. Uno los ama a todos, pero hay unos con los que la conexión simplemente es más profunda y ese era Barack. Cuando me fui a vivir fuera del país Barack quedó en mi casa con mis papás, donde a los años llegaron a hacerle compañía Zizou y Gardel.
Los tres eran de edades muy similares, se hicieron viejitos juntos y, así como pasa con la vejez, empezamos a ver poco a poco el deterioro de cada uno. Barack luchó con cáncer durante tres años. Pudimos hacerle quimio y eso le alargó la vida dejándonos disfrutarlo un ratito más. Aunque con el Mordi tuvimos tiempo de prepararnos, con Gardel y Zizou nos agarró por sorpresa. Mis papás salieron de viaje y mi esposo y yo quedamos a cargo sin saber lo que nos esperaba.
Gardel se fue en cuestión de días, pero con Zizou todo estaba perfecto, o al menos eso parecía. Dos semanas después de que Gardel murió Zizou enfermó. “Un tumor que no lo deja respirar bien”, nos dijeron. Intentamos varios tratamientos con la esperanza de que se recuperara, hasta que tuvimos que tomar la decisión que, estoy segura, nadie quiere tomar: ponerlo a descansar. Para nuestros ojos y los del veterinario ya no estaba pasándola bien y los tratamientos no hacían ningún efecto.
Con Barack fue igual de inesperado; a los tres días de la partida de Zizou el cáncer finalmente pudo más. Era algo inentendible, todo pasó tan rápido que, cuando lo llevamos a la veterinaria, yo estaba en negación de que se estaba yendo, por más que sabía que su cáncer ya nos había dado mucho chance. Me costó aceptarlo; se sentía como una daga al corazón y yo ya venía de dos lutos de las cuatro semanas anteriores. Eran tres y, de repente, ya no quedaba ninguno.
De un pronto a otro, por primera vez en mis 35 años, en la casa de mis papás, la que fue mi casa durante 27 años, no había un solo perro, ni hámster, ni gato. Aún así, cuando entré a la casa esperaba ver a Barack restregarse como culebra en la alfombra de la sala como signo de emoción al recibirme, o a Zizou llegar a la puerta del carro moviendo su cola larga y a Gardel chuparme todas las manos con su gran lengua. A ratos hasta me parecía escuchar el sonido que hacían las uñas de las patitas en el piso de madera cuando caminaban. Era una completa pesadilla. Se sentía de verdad el vacío.
Con el paso de las semanas, de los meses, cuando el sentimiento de tristeza profunda se fue convirtiendo en amor puro, pude entender varias cosas, que no sé si es así realmente pero al menos eso es lo que quiero creer. He escuchado que cuando las personas están cerca de la muerte se llenan de una paz profunda y buscan ese lugar para poder trascender a donde sea que lo hagamos, al cielo, a otro cuerpo, o a ningún lugar, según lo que cada uno cree.
Elegí pensar que Gardel, Zizou y Barack, en sus muchos años de vida, se sintieron cómodos estando en mi compañía. Eso ahora me llena de profundo agradecimiento y paz, haber podido estar ahí para ellos, para que pasaran a ese otro plano sintiéndose seguros y acompañados.
Tengo clarísimo que todo esto es algo que yo elijo pensar para calmar el dolor que me provocó perderlos a todos. Para ellos, probablemente es algo tan natural que no les causa miedo, que es parte de la simpleza con la que viven la vida. Y eso es lo que espero aprender y que mis hijos aprendan algún día, de nuestra constante convivencia con ell@s: vivir la muerte y la vida de esa manera, con esa sabiduría con la que viven y mueren los animales.
Adriana/ Adri/ La Negra es actriz de teatro y cine. Además “teacher” o “ti” (como le dicen sus alumn@s) de teatro de niños y adolescentes. Amante de los animales, el futbol femenino, las series de televisión y la mamá de Marcelo y Luciano.