Por Mon González Suárez
@mon.solar / @querida.diaria
Existencia trans no binarie centroamericana, sociológx y escritore no heterosexual
¿Cuánto puede un cuerpo? Ella, tejida con navajas en la cintura, cabello largo, maquillaje rojo opaco, sin vida, sin rostro. Afecto, me dices, tomándome los ojos con tus manos, a medio hacer tu cuarto, la habitación vacía de tantas palabras. Tu voz se enreda a mis dientes, un humo tenso que mastico para no regar saliva de tus labios. Cada vez reniegas más de tu cuerpo. Recoges una a una las medias del suelo, limpias con un trapo azul la adherencia negra de moho en la ventana, un charco verde crece en tu espejo, suciedad en las esquinas de tu cama, no se puede respirar. Esta casa nos envuelve, no en forma cálida como el abrazo, sino agresiva, obsesionada, nos retiene cada vez que intentamos salir por la puerta, no hay puertas. Suave, me deslizo hasta tu sala. Bajo las gradas, fotos de tu cuerpo dispuestas, un cementerio de brazos, manos, dedos, bocas, lenguas. Te mutilas con la ropa, la desnudez te atormenta, llueves en mí para evitar humedecerte a solas, mi cuerpo extensión de lo que no quieres, el tuyo.
Tomo un vaso de agua, espero, no llegas. Solo debes bajar las gradas y ver tus fotos, una a una, regadas boca arriba, mojadas. Inspecciono la cocina, sucia, platos acumulados, cortinas manchadas, hace cuánto que alguien no vive aquí. Te escucho, caminas con la ropa, insistes en no verte las manos, los brazos, los ojos, tu cuerpo. De repente, el reloj de pared suena, alto, ruidoso. Es una alarma, no cesa. Estás ahí, sentada, sin tocar las piernas a la silla porque eso supondría aceptar que existes, que tu cuerpo es tuyo, no un reflejo sobre el mío. El ruido continúa, cada vez más alto, pareces no escucharlo, porque eso supondría reconocer tus oídos, que escuchas. Condición de cuerpo que niegas para existir. Te levantas, hacer cualquier cosa que no involucre el tacto conmigx.
Te sientas en el marco de la puerta, me miras, el roce violento, un reclamo te inunda las mejillas, no entiendo por qué me culpas de no querer tu cuerpo.
Haces un ovillo con tus piernas, el suelo repleto de colillas, fumas para negar el aire. Camino hacia ti, tan consciente de mi cuerpo como de la carencia del tuyo en la casa, el vaho ostentoso nos quita las ganas de hablar, de enredar voces para decirle a la otra lo que no se puede hablar para una misma. El ruido en la cocina desaparece cuando me acerco a la línea dibujada en la otra puerta, al extremo de la sala. Ahí viene, otra vez tu pose, una de muchas, actúas cotidianamente para negar lo que te gusta.
Quiero irme, pero no hay manecillas, no hay puertas. Si pudieras reconocer cuánto puede un cuerpo cuando no es uno, sino varios. Decidí migrar de mí, salirme, ahora cargo en el cuerpo lo habitable que detesté en ti: la casa.
Erótica. Micelio del bosque [ ella / elle ]