Columna

Aguacates azules y salarios justos

Por Larissa Soto
@lari_iral

Si 200 años adelante no podemos gozar con nuestra gente una enorme mesa de platillos coloridos, verdaderamente no es un escenario que creo que valga la pena vivir.

“En el futuro no será necesario comer. Bastará con tomar una cápsula para obtener la saciedad y los nutrientes necesarios para cada día”. O algo así anunciaba una de las revistas de ciencia que tío Diego me había prestado cuando tenía unos diez años. Me espantó.

No me emociona particularmente el futurismo. Esto es, en parte, gracias a Steven Spielberg, que perturbó profundamente mis ideas sobre el porvenir con A. I. Inteligencia Artificial (2001). Y en parte también porque mi forma de hacer antropología tiende a romantizar lo que es “naturalmente” humano.

De ahí que algo tan naturalmente humano como el comer fuera reemplazado con la frialdad de una cápsula, me haya suprimido bastante el entusiasmo hacia el futuro promisorio de la ciencia, los viajes al espacio y los robots humanoides.

Si 200 años adelante no podemos gozar con nuestra gente una enorme mesa de platillos coloridos, verdaderamente no es un escenario que creo que valga la pena vivir. Claro que agradeceré si se resuelve lo de la lavada de platos.

Entonces, ¿qué futuro tiene la alimentación humana para los próximos 200 años? Mejor dicho: ¿cuál queremos?

Basándonos en las transformaciones del sistema alimentario en los últimos 200 años, podremos rescatar dos elementos de continuidad:

La pureza es la muerte: Todo aquello que ha querido evadir la mezcla y el cambio, tiende a desaparecer. Así sean recetas, especies de animales, plantas o técnicas agrícolas.

Hambre de saber: dos siglos de aprender sobre los suelos, la química de los alimentos, la historia de las cocinas y la nutrición humana. Conocer más nos ha permitido mejorar, entender, atesorar, y debemos continuar haciéndolo.

Y para añadir imaginación, buscaremos el doble de elementos de ruptura:

Producción agroecológica post crisis climática: el régimen alimentario corporativo y nuestra adicción a los combustibles fósiles tienen los días contados, por nuestro propio bien.

Seguir seleccionando: Posiblemente continuemos generando nuevas variedades de alimentos. Pero así sea que haya aguacates azules en el futuro, deberá hacerse respetando la biodiversidad y la soberanía alimentaria.

Economía para la vida: Imaginamos mercados locales, pero con acceso a productos de otras latitudes, a precios que reflejen el impacto real de su producción, importación o transporte.

Agricultura no es pobreza: Que quien produzca reciba salarios justos, que quienes cuidan semillas no estén en peligro, que se reconozca el trabajo de quien alimenta.

Es muy probable que en 200 años todo haya cambiado mucho. Inevitablemente habremos perdido una extensión de ecosistemas, y con ello, especies de plantas y animales, saberes y tradiciones que hoy nos dan de comer. Si nos lo proponemos, frenaremos lo peor. Con lo que nos quede, debemos construir un futuro en donde el objetivo de alimentarnos no sea saciarnos u obtener nutrientes. No una cápsula, sino un mañana glorioso para las cocinas del mundo.