Sin Categoría

Solo al cine solo

Por Arturo Pardo

Ir al cine en solitario es una gran aventura. Lo hago recurrentemente y el resultado suele ser igual de satisfactorio.

Viernes 9:00 p.m. 

Sala principal. 

Pelícúla: Belfast

Tengo dos años de no ir a una tanda que comience tan tarde. La película se prolonga 1:38 minutos, según Internet Movie Database, pero a ese tiempo hay que sumarle la duración de dos o tres prólogos y un comercial adicional.

A la matemática del tiempo hay que agregar también un anuncio que pasa por la pantalla grande de “respete los protocolos de seguridad sanitaria y bla bla…”, no es que no los crea, sino que ya no aplican. Ese anuncio está desactualizado, pienso mientras abro el paquete café de M&Ms.

Estoy sentado en el asiento 14 de la fila 7. Pude haberme sentado en el asiento 15 de la fila 6, pero después de hacer un cálculo a ojo de cuál era el asiento más céntrico de todo el cine, decidí que era el número 14 de la fila 7. Digo que lo decidí, pero probablemente fue mi TOC el que me convenció, luego de caminar indeciso frente a varias butacas que se peleaban ser el centro de atención.

Cuando tomé asiento no había nadie más en toda la sala. Para cuando salía el anuncio de los protocolos había dos parejas más unas filas más atrás. Estoy seguro de que colaron algún alimento al cine. Lo sé porqué escucho cómo abren, arrugan y desarrugan un recipiente plástico que no viene de la dulcería. Esos paquetes tan sonoros no están hechos para el cine.

Yo también sueno cuando sorbo del vaso de esta bebida carbonatada que tenía mucho sin probar. Hoy la tomo porque es tanda de 9:00 p.m. y tengo algo de miedo de quedarme dormido. 

Dormir en el cine no es mi actividad favorita, especialmente cuando eso implica que tengo que volver a ver la película más adelante para entender que no era tan corta como yo había percibido. Me pasó especialmente una vez, cuando vi Rogue One. Ni siquiera alcancé ver al elenco completo dentro de la película porque para el minuto 00:11 ya estaba  boquiabierto apoyando mi cabeza en el hombro.

  • ¡Qué bueno el personaje de Diego Luna!, comentó alguien al salir.
  • ¿Ah, salía Diego Luna?, respondí casi balbuseando aquella vez. 

Tenía cierto temor de que para Belfast me pasara lo mismo un viernes a las 9:00 p.m., yo ahí dormido en el asiento 14 de la fila 7. Dormido y solo.

Ir al cine en solitario es una gran aventura. Lo hago recurrentemente y el resultado suele ser igual de satisfactorio. La única excepción en cuanto a experiencias gratas que podría rememorar es aquella vez en que fui a ver la versión moderna de la adaptación del libro de terror It. El payaso de cara diabólica me dio un miedo espantoso y yo no tenía a quién darle la mano. Opté por entrelazar los dedos de la derecha con los de la izquierda para sentirme más acompañado. No sirvió de nada, es como hacerse cosquillas uno mismo. 

Ir al cine en solitario no es una mala idea. Una vez hasta le pedí a otras personas que estaban sentadas unos asientos más para allá que me contaran la escena que me había perdido mientras había ido al baño. “No se perdió de nada importante” me dijo un muchacho de anteojos para darme tranquilidad.

Pero ir al cine acompañado también es una buena idea. Aquel viernes por la noche, cuando finalizó Belfast, yo sonreía y no tenía con quién compartir mi satisfacción que era doble, me sentía muy agradecido por la historia del chiquillo que protagonizaba la cinta en blanco y negro, pero además, eran casi las 11:00 p.m. y yo quería que alguien me felicitara por no haberme dormido.