Sin Categoría

En Marte los atardeceres son azules

Por Juliette Fonseca

 

En una ocasión, estando los dos en la sala, descansando un poco después de trabajar, pasaron el testimonio de un hombre que subió a la estratosfera en un globo tripulado: subió, según explicaba, para volver al planeta saltando desde arriba. Mostraron imágenes –del mar, de la tierra– que el hombre tomó desde distancias insólitas. Alguien, una voz, le preguntó qué era lo que más le había gustado de su aventura, y sin pensarlo dos veces, contestó: “Estar de pie –minutos– afuera del mundo.”

 

Giuseppe Caputo
Un mundo huérfano

 

¿No les gustaría –unas cuantas pocas veces tal vez– que nuestra misión sobre la Tierra fuera ser un paquetito de té de manzanilla?

Que fuera esa nuestra definición de satisfacción, o éxito, o bienestar, o felicidad, y ya; nada más ni nada menos que ser una semilla de manzanilla que crece hasta convertirse en tallo, hojas y raíces; que pasa sus días recibiendo sol y agua, nutriéndose de la tierra, creciendo hasta echar flores de pétalos blancos y corolas amarillas. Y que luego algo o alguien nos ponga a secar, nos desmenuce, nos envuelva en una funda suave y porosa y nos coloque dentro de un sobre de papel, dentro de una caja pequeña y acogedora. Y ahí aguardar el día en el que nos toque nuestro baño de agua caliente en una taza muy probablemente hecha de cerámica; y que el poder soltar toda nuestra esencia, o digamos alma, en esa agua que alguien va a beber para sentir calidez y tranquilidad, sea la culminación de nuestra vida y sea también el momento de nuestra muerte. Y ya, lo logramos: hicimos, sentimos y vimos todo lo que teníamos que hacer, sentir y ver con esta vida sobre este planeta.

 

O, alternativamente, ¿no les gustaría acostarse sobre una calle vacía de pavimento o lastre, sobre un camino de adoquín o ladrillo, sobre un planché de cemento, o, mi favorito, arriba, sobre un techo de zinc, justo cuando el lugar sobre el que están acostados le está empezando a dar la espalda al Sol y la temperatura está empezando a bajar y los materiales sobre los que están acostados están empezando a soltar el calor que absorbieron durante el día? Y ahí acostados sentir ese calor reconfortante que les eriza la piel y los hace inhalar y exhalar y jalar, jalar a ver los atardeceres azules que hay en Marte, las lluvias de diamantes que hay en Neptuno, las nubes de ácido sulfúrico que cubren a Venus. Inhalar, exhalar y jalar a los sistemas solares en los que llueve vidrio derretido y las nubes son de hierro, o volar, volar donde sí se podría volar, como en HD 189733b, donde los vientos corren a ocho mil kilómetros por hora (o veinte veces más rápido que el viento más veloz de la Tierra, o siete veces más rápido que la velocidad del sonido) y así, volando, darle vueltas al planeta más rápido de lo que el planeta gira sobre su propio eje.

¿No les gustaría conocer los cincuenta lagos y los tres mares de metano que hay en Titán, la luna más grande de Saturno, y ahí nadar y flotar, disfrutando la nueva ligereza de su cuerpo que ahora pesa el 15% de lo que pesa en la Tierra? Y que no pasara lo que dicen que pasaría, que su cuerpo, por ser más denso que el metano, se hundiría hasta el fondo del mar, porque cualquier verdad que obstaculiza este ejercicio sería irrelevante.

 

O ir a Mercurio cuando está más cerca del Sol y ver al Sol amanecer sobre el horizonte, ascender, detenerse, y luego retroceder hasta esconderse nuevamente sobre el horizonte, para nuevamente ascender y continuar su recorrido hasta atardecer sobre el oeste. Y en el transcurso percatarse de que ese espectáculo de doble amanecer y atardecer tardó casi 176 días terrestres, que es lo que dura un día en Mercurio.

 

O pasar un día en Venus, que equivale a 117 días de los nuestros, a ver un cielo perpetuamente nublado en el que nunca se asoman ni el Sol ni las estrellas. O en Júpiter, donde un día tarda diez horas, y tal vez quedarse un año, donde el año tarda doce años nuestros. ¿Qué nos enseñarían esos tiempos sobre nuestro tiempo, sobre nuestros ritmos, urgencias e impaciencias?

Si no quieren ir tan lejos les propongo esta: irse a la luna con un martillo de aluminio en una mano y una pluma de halcón en la otra, como hizo el comandante del Apolo 15, y soltarlos al mismo tiempo desde la misma la altura para verlos aterrizar sobre la superficie lunar exactamente al mismo tiempo, porque ahí no hay nada que los detenga.

O hacerse pequeñitos, tan pequeñitos que puedan acostarse sobre una hoja de Jacaranda y ser aún menos visibles de lo que ya somos, y ahí acostados, tamaño milimétrico, esperar a la lluvia para ver caer gotas de agua más grandes que nosotros, ¿se imaginan? Y después, así, para contrastar, ir a nadar en la nube de agua más grande y más antigua del universo, la que tiene 140 trillones de veces más agua que la Tierra, la que tiene doce billones de años de estar ahí. Y porque este jacuzzi cósmico alimenta un cuásar, que es el objeto más luminoso, más poderoso y más energético del universo, aprovechar para ver qué es lo que realmente pasa ahí adentro donde las reglas que rigen lo que comprendemos dejan de existir.

 

O, volviendo a nosotros, acá, acostados sobre el techo: que el calor que emana el zinc nos transporte a Ío, una de las 79 lunas que sabemos que tiene Júpiter, para presenciar la erupción de alguno de sus 400 volcanes activos y verlo tirar columnas de gases y partículas que miden 300 km de alto (de la Tierra al espacio son apenas 100 km), y 1.200 km de ancho (que es el tamaño que tiene Alaska).

 

O, está bien, ni ser manzanilla ni acostarse sobre un techo. ¿No les gustaría nada más lograr no olvidarse ­–ni racionalmente ni corporalmente ni emocionalmente– de algunas de las cosas que inevitablemente se nos olvidan? Como que cada uno de los fotones que componen los rayos de luz que iluminaron nuestro día y secaron nuestra ropa y nos produjeron calor, tardó entre 10,000 y 170,000 años en viajar desde el núcleo del Sol hasta la corona para luego tardar ocho minutos adicionales en llegar a la Tierra, a su ventana, a su ropa, a usted. ¿No les gustaría que esos fotones, con sus 170.000 años + ocho minutos de edad y experiencia, nos hablaran y nos dijeran algo, algo, sobre nuestro tiempo, sobre nuestras rutinas, urgencias, impaciencias?