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Emigrar es muchas cosas a la vez

Por María Esther Abissi
@mariabissii

Los primeros cinco años de emigrar son una mezcla de adrenalina, esperanza, ganas de que algo pase, miedo, libertad y una gota de frustración.

Dulces son los frutos de la adversidad”, es siempre la frase que recuerdo cuando pienso en ese noviembre. En los árboles de colores de La Sabana, algo que no había visto jamás. Eran como vetas de colores en el tronco, que parecía que las hubieran pintado a mano. 

Hasta ese momento, desconocía mi capacidad de reconocer que cada ciudad tenía un olor particular y San José no sería la excepción. Olía a zacate mojado, y a algo dulce que no puedo explicar, también olía a libertad.

San José se escuchaba como silencio, como un vacío y a la vez, como a los pajaritos que cantaban, la gente que hablaba, los pitos de los carros que pasaban. La diferencia entre el silencio y el ruido de la ciudad, la capacidad de escuchar una cosa o la otra, dependía de lo que estuviera sintiendo en ese preciso momento. 

San José se sentía como el hueco en la panza que sientes cuando vas en una montaña rusa, sin saber que va a pasar, sin saber cuándo viene la caída o cuánto tienes que esperar, pero si cerraba los ojos y prestaba mucha atención, podía sentir la emoción de lo inesperado, de las oportunidades; el sol en la cara, la vida nueva. 

Eso se siente emigrar, muchas cosas a la vez.

De pronto, los olores, las sensaciones y los colores se vuelven parte del paisaje. Empiezas a preguntarte si tú eres quien siempre ha hecho las cosas mal, o si ellos están equivocados. “Es parte del proceso”, te dicen, “Espérate unos tres años”. Que si las direcciones no tienen números de calles, que si no te puedes parar en medio de las barras del bus; el gallo cantando en las mañanas y los pollitos con la mamá cruzando una calle cualquiera en medio de la ciudad. La vaca en el lote de la par, las palabras que no entiendes pero que no tienen traducción a tu español latinoamericano. Todo se empieza a mezclar en tu marco referencial y empiezas a construirte una idea de lo que éste país es, y más importante, de lo que es para ti. 

Al pasar un par de meses, la realidad te toca la puerta. Por un tiempo, las oportunidades se nublan por la burocracia del sistema de un país que no está preparado para recibir a una oleada gigantesca de inmigrantes y todo, absolutamente todo, se vuelve complicado. 

Eres un número, un proceso, un expediente, la letra pequeña en un documento de identidad que te limita para todo. Eres el cuento del expediente, la condición migratoria, el permiso de trabajo, la cara lejana en la video llamada con la gente que sigue en tu país de origen y, como por arte de magia, el olor de las oportunidades desaparece y se desdibuja en esa imagen de la San José llena de sorpresas de unos años atrás. 

Los primeros cinco años de emigrar son eso. Una mezcla de adrenalina, esperanza, ganas de que algo pase, miedo, libertad y una gota de frustración. De hacerte muchas preguntas, y de cuestionarte qué hubiera pasado si hubieras elegido otra ciudad, otros olores, otros atardeceres, otros árboles de colores.

Sin duda, hay más cosas inciertas que claras, pero, a pesar de todo eso, eres libre, y esa libertad, te hace sentir en paz. 

Después, cuando se te hace costumbre el gallo cantando por la mañana, la gente llegando tarde a los lugares, la vaca del lote de la par de la casa, y cuando la adversidad deja de percibirse como una piedra en el camino; cuando comienzas a darte cuenta que en esta pequeña ciudad hay algunas oportunidades para construir tu camino, todo se vuelve más fácil, porque sabes que, si pudiste emigrar y salir airoso, puedes hacer –casi– todo.

Emigrar es esa situación límite que te permite explotar todas las habilidades que tienes y ponerlas en práctica. Te hace crecer de golpe, te forma, te hace darte cuenta de las cosas que de verdad son importantes, y sobre todo, te hace resiliente. 

Te permite adaptarte a  –casi– cualquier cosa, tener una perspectiva diferente, entender las cosas desde afuera, y también desde adentro. Te da la capacidad de estar eternamente agradecida, por las cosas que fueron, por los momentos difíciles y por lo que dejó de ser.

Cuando pasan los primeros cinco años, y luego los siguientes cinco, los veranos en enero se convierten en tu época favorita; los dichos y expresiones, en tu forma de hacerte parte; el olor a zacate húmedo, una de tus cosas favoritas y el arroz y los frijoles, un requisito obligatorio en las compras de todos los meses. 

La paz, las oportunidades, las veces que te dijeron que no, las pequeñas cosas que te formaron en los últimos diez años, son un recuerdo ahora y a la vez, un motivo más para agradecer por estar en San José.