Columna, Idahyma Barrantes

Ecología profunda I: la naturaleza femenina

Por Idahyma Barrantes
@idahyma

El feminismo ecologista impulsa actitudes y conductas de la persona con el objetivo de lograr cambios en la cultura patriarcal vigente.

Ellen Swallow fue la primera persona que divulgó el concepto de la Tierra como casa o morada en 1892. Fue ella quien promovió una ciencia relacionada con la calidad del agua y del aire, con la nutrición y con el transporte adecuado.

Sherry Ortner fue la primera feminista en analizar la proximidad de las mujeres a la naturaleza. En su obra señala que las mujeres han sido tradicionalmente asociadas con “algo” que todas las culturas infravaloran y que goza de menor estatus, haciendo referencia a la naturaleza en sentido amplio.

Autoras como Carolyn Merchant e Yniesta King, defienden que los binomios naturaleza-cultura y mujer-hombre son falsos y han sido construidos por el sistema patriarcal para mantener una jerarquía entre los sexos-géneros y entre la naturaleza y la cultura.

La cultura patriarcal se caracteriza por relaciones androcéntricas, verticales, violentas y de exclusión de las mayorías. En la civilización monoteísta y occidental se le asigna al “hombre en poder” el derecho de usar y abusar de todo lo que le rodea, una mentalidad básica de la cultura androcéntrica, que distorsiona las relaciones entre los humanos y con toda la vida.

En el patriarcado la experimentación y la producción biotecnológica no están al servicio de la población o del progreso de los países, sino de las ganancias desmesuradas de multinacionales especializadas. En este sentido, se considera que las personas comunes no tienen responsabilidad del desequilibrio ecológico porque no tienen el impacto de las grandes empresas. Tampoco la facultad para lograr el equilibrio, si las grandes empresas no se detienen.

La ética de la ecología profunda es la libertad de cada persona, la responsabilidad individual, el trabajo productor y creativo, la horizontalidad en las interrelaciones, la participación en la vida ciudadana y el respeto a toda la vida y a los recursos de la Tierra, en especial de la biodiversidad.

El feminismo ecologista impulsa actitudes y conductas de la persona con el objetivo de lograr cambios en la cultura patriarcal vigente. Entre ellos, se incluye reflexionar acerca de la acción y de la libertad, por ende, de la toma de decisiones,  afrontar las dificultades de su tiempo, resolver lo que pueda y rescatar la idea de decencia.

Los seres más violentos son incapaces de convivencia con los demás porque no ven al otro como real; el mal consiste en concederse toda la realidad a sí mismo y ninguna realidad al resto de los seres humanos y a la vida. Los humanos no somos el centro del Universo, somos el centro de nuestra responsabilidad. Carol Gilligan en La Moral y la Teoría. Psicología del desarrollo femenino, señala que “la mayoría de los hombres se rigen por una ‘ética de la justicia’” que “…procede de la premisa de igualdad- que todos deben ser tratados igualmente”, mientras que las mujeres se rigen por “una ética del cuidado que se apoya en las premisas de la no-violencia: que no se debe dañar a nadie”.

La cultura vertical de la dependencia económica ha engendrado miseria práctica y mental: mentalidad de mendicidad, y colonialismo.

La cultura de la dependencia necesita del paternalismo y del asistencialismo demagógicos, que atentan contra el desarrollo de la persona humana. En efecto El feminismo ecologista impulsa actitudes y conductas de la persona con el objetivo de lograr cambios en la cultura patriarcal vigente. Estas relaciones de desigualdad en la cultura justifican la ausencia de poder de las mujeres y la discriminación socioeconómica y cultural a la que se ven sometidas muchas, solo por el hecho de serlo. Las mujeres poseen el 1% de la tierra en el planeta pero cultivan y sirven el 92% de los platos de comida de la humanidad (ONU).

La separación de un binomio

El feminismo ecológico denuncia la asociación que el patriarcado establece entre las mujeres y la naturaleza. Vamos de nuevo a los binomios mujer-naturaleza y hombre-cultura, que se basan en la superioridad de la cultura sobre la naturaleza; así como la lógica del patriarcado pone a las mujeres como inferiores a los hombres. Se argumenta que la biología de las mujeres, su cuerpo, características que las capacita para gestar y crear vida, hace que estas estén en una posición de mayor proximidad a la naturaleza, lo que permite su identificación con ella. La masculinidad tradicional, guiada por la razón, en oposición a la intuición femenina, pertenece al mundo de la cultura patriarcal. La nueva construcción de masculinidades toma en cuenta que la naturaleza no es para controlarla y transformarla y que la cultura no es considerada superior a la naturaleza.

Vardana Shiva, Premio Nobel en Ecología, coincide con Carolyn Merchant en esa experiencia común de opresión de las mujeres y de la naturaleza por parte del patriarcado, pero establece dicha conexión a nivel ideológico y material. “Las mujeres rurales del ‘Tercer Mundo’ obtienen de la naturaleza del 60 al 80% de los alimentos que necesitan para su subsistencia y la de sus familias. La destrucción de la naturaleza supone una amenaza para sus vidas y las de los suyos”. Esto es a lo que Bina Agarwal  llama feminismo ecologista.

En Costa Rica  los aportes de  mujeres a la ecología política inician con María E. Bozzoli Vargas, quien se manifestó interesada por las culturas indígenas, tratadas como si fuesen formas simbólicas muertas. Esto lo puso en evidencia con sus inició en los años sesenta, con estudios sobre tradiciones y economías en Salitre, Guatuso y Talamanca. Algunos de los temas de sus investigaciones incluyen maneras de vivir, el nacimiento y la muerte, el chamanismo o su percepción de la naturaleza.

La novela La loca de Gandoca, de Anacristina Rossi, nos narra lo que hizo una mujer en el país para rescatar el refugio de vida silvestre de Gandoca, Manzanillo en 1991. Según la historiadora Patricia Alvarenga las mujeres que luchan en los años 60 y 70 por los servicios de agua, electricidad, transporte, vivienda, educación, también lo hacen por el medio ambiente, entre ellas Carmen Lira, Ángela Acuña y otras. Después de esto, tenemos a todas las no-nombradas, que por razones de amor y de funciones tradicionales, cuidan plantas y jardines, perros, niñas, niños y enfermos, en fin a todos los seres vivos.

El planteamiento eco-feminista es fundamentalmente conservacionista y postula la recuperación educativa de los valores de la cultura femenina, de los conocimientos de las mujeres y su ancestralidad;  convirtiendo el rol insustituible de las mujeres en la preservación de la especie e instrumentalizando el activismo ecologista propio. Las violencias heredadas y las recién inventadas, debieran ser condenadas, hasta desaparecer del planeta en beneficio de sociedades que promuevan el respeto a la Vida de la Tierra, la creatividad humana, la originalidad del ser humano y, por ende, mayor bienestar, felicidad y paz para todas y todos.

Si los máximos maestros y maestras de espiritualidad sostienen que cada persona dará lo que recibe y recibirá lo que da, es porque hay valores que están enraizados en la conciencia sana. En palabras de Vardana Shiva “Nuestra libertad, nuestros bosques y nuestro alimento. Sin ellos, no somos nada, somos pobres. Con nuestra propia producción de alimentos somos prósperas, no necesitamos que los comerciantes y gobiernos nos den empleos, obtenemos nuestro propio sustento”.