Columna

¿Se acuerdan del amaranto?

Existe evidencia de que la variedad de alimentos que consumimos actualmente es muchísimo menor a la del pasado.

El registro arqueológico tiene buenos desafíos para encontrarlo, no se menciona en nuestros museos, no se siembra en nuestras fincas ni se consigue en nuestros mercados. Naturalmente no. No nos acordamos.

Pero dicen que la memoria se construye y hoy traigo un alimento que habíamos olvidado casi por completo. Al decir “habíamos” me refiero a América Central con excepción, tal vez, del sur de México. Me refiero inclusive a la mayoría de quienes trabajamos en antropología de la alimentación, arqueología o etnohistoria.

Quizá hayan probado las alegrías, la preparación de amaranto más extendida en México. Son granos reventados y hechos barrita con algún dulce y nueces, muy comunes en las festividades, como el Día de Muertos, en donde se venden en forma de calaveritas decoradas.

El amaranto es una planta muy útil, se pueden aprovechar varias de sus partes, es increíblemente resistente y nutritiva. Las plantas que se utilizan por su grano y que han sido también usadas como adorno y como colorante, son domesticadas, mientras que hay productoras de hoja, más silvestres.

Para grano, se cultivaron tres especies en la América precolombina: A. caudatus en los Andes, A. cruentus en América Central y A. hypochondriacus en México. Pero la familia Amaranthaceae se compone de hasta 800 especies.  Tienen mucha cercanía con los chenopodium o quinoas.

¿Por qué hemos dejado de cultivar y comer amaranto en América Central?

De seguro hay varios factores, pero uno de ellos con un peso especial. En México central, al momento de contacto con los europeos, se preparaba una harina de amaranto con miel de maguey, una especie de plasticina llamada tzoalli. Con ésta se elaboraban y decoraban figuras de deidades utilizadas en diferentes cultos, por ejemplo a Huitzilopochtli.

Al final de la fiesta, la figura era repartida y consumida con gran fervor. Los españoles asociaron esto con la ceremonia de la eucaristía y lo consideraron una parodia diabólica de su propio rito. Así que este cultivo se prohibió y censuró.

Cuando hablamos de cambios en la cultura, en las especies e incluso en las sociedades, solemos utilizar la palabra “evolución”. A veces el uso es apropiado, pero la mayoría de veces no. No siempre todo lo que cambia es para mejor, las sociedades no evolucionan de tal modo que siempre mejoran con el tiempo, y nuestra cultura alimentaria no es la excepción.

Existe evidencia de que la variedad de alimentos que consumimos actualmente es muchísimo menor a la del pasado. Un pasado muy atrás: Cuando los grupos humanos habían decidido que quedarse en un solo lugar para ver crecer una planta era una pésima idea, en comparación con tener un recorrido cíclico a lo largo del año para tener variedad de materiales, nutrientes, climas y paisajes.

Además comemos una menor diversidad de especies de plantas, animales y hongos, con respecto a un pasado relativamente más reciente: nuestro mundo precolombino. Y con respecto a las últimas décadas, también, aunque la globalización nos da la ilusión de que tenemos una infinidad de alimentos por probar. Pero ese es material para otro cuento.