Por Larissa Soto
@lari_iral
Acepto el des-burbujamiento. De hecho, creo que lo espero. Sólo que no sé por dónde empezar.
¿Cómo será retomar nuestros vínculos presencialmente? ¿Seremos capaces de reiniciar nuestra vida social pre-pandemia?
Ya no llevo la cuenta de hace cuánto dejamos de ver a la gente de la forma en que solíamos hacerlo antes de la pandemia. La amiga del café mensual, nunca jamás. Tus compas de trabajo, a la mano de Dios. La propia familia tuvo que ser apartada por el propio amor que le tenemos, cuanto más vulnerables, primero. A punta de una mezcla de miedo y determinación, dibujamos un círculo alrededor nuestro: la burbuja.
La hora necia de los yigüirros. Cuarenta días. Las tardes que aprendimos a guardar cuarentena era como respirar ese aire de cuando está a punto de llover y no llueve, una angustia como de zancudos. La puerta dictaba la impotencia o la enfermedad, el hastío o la estadística. Y afuera, la desgracia invisible en la saliva del otro, en las manos del barrio.
Por eso la burbuja tenía que ser la casa, con el gato y las plantas hijas de la pandemia. Yo me dibujé una burbuja insubordinada para poderlos ver a ustedes dos, cumpliendo también los protocolos del poliamor, o mi pequeña normalidad.
Con el tiempo vino el confort obligado de la distancia, el nunca más declinar con culpa una fiesta. Dejar de escribir en un diario como esfuerzo de introspección, y pasar a decir en voz alta cada pensamiento, fingirle al cuerpo mío una vida social saludable. El tiempo de escucha y los cuidados cotidianos repentinamente vinieron sólo de ustedes. Es normal que haya construido cierto apego y seguridad en torno a eso..
No sé si será con dolor o con soltura, pero algún día vendrá el des-burbujamiento.
Se me ha ocurrido que en algún momento ustedes van a redirigir parte de ese tiempo y cuidados hacia otras personas, y habrá que tener la capacidad de desprenderse un poco.
Y como un ejercicio para nuestra humanidad vendrá el re-conectar. Agendar esas comidas planeadas “para cuando pase todo esto”, ver de nuevo a compas con quienes cantábamos karaoke, regresar a aquel bar en el que no se tenía ni por asomo el concepto actual de “aforo”.
Acepto el des-burbujamiento. De hecho, creo que lo espero. Sólo que no sé por dónde empezar.
¿Qué afectos me urgen?, ¿habrá alguien nuevo a quien ustedes quieran abrazar?, ¿con quién voy a llorar si me reencuentro?, ¿qué temas de conversación tendremos?, ¿podré aglomerarme de nuevo algún día?, ¿me abrumará la ansiedad si me suelto de la mano de ustedes?, ¿cómo iluminar el miedo a perderlos?, ¿cómo enfrentaré alguna reconexión que no funcione?
Me gustaría explotar definitivamente esta casa-burbuja, pero que no signifique abandonar mis plantas. Quisiera que el des-burbujamiento sea suave, como retomar por la mañana la película con la que nos dormimos anoche, apreciarlo todo con frescura. Quiero sentirme acompañada como animal social y que me dure para siempre el alivio de ya no ser una amenaza para quienes amo.