Sin Categoría

La vida sigue igual

Por Ramón Pendones
@ramon.pendones.depedro

El trabajo diario de cada persona hecho de forma correcta y concienzuda es el primer paso para el cambio, sin embargo, no puede quedarse ahí.

Es probable que el título de este escrito les recuerde a una canción popular de los 70 que se ha convertido en una especie de lugar común en el imaginario colectivo del mundo hispano parlante; y así lo es, sobre todo para los que nacimos bastante antes del cambio de milenio. 

El domingo 3 de abril, las personas que tenemos la nacionalidad costarricense saldremos, una vez más, a decidir quién será nuestro próximo presidente para los cuatro años venideros.

No sabemos a ciencia cierta qué pasará a partir del 1.° de mayo, cuando empiece un nuevo período legislativo, ni que pasará a partir del 8 de mayo, cuando se dé el traspaso de poderes. Lo que sí tenemos claro la mayoría de las personas que habitamos este único e irrepetible espacio de tierra, es que al día siguiente nos levantaremos, como todos los lunes, a cumplir con nuestra recurrente misión semanal: la “Operación Frijoles”, como le solía decir un conocido al hecho de bregar el sustento diario para cada uno(a) de nosotros(as) y nuestras familias. 

Hemos pasado por este trance electoral cíclicamente sin que, en realidad, la realidad que nos rodea, realmente cambie. Valga el exceso de realismo. Y aun así, nos aferramos a la creencia que será esta persona elegida popularmente, la que transforme -finalmente- nuestro destino. Bueno, al menos para la mitad de la población que es la que, en última instancia, acude a las urnas. Y he ahí el trasfondo de esta perorata, es en esa inacción de la otra mitad de la población costarricense, en la que quiero basar mi diatriba dominical.

Desde pequeño, pero sobre todo, desde la secundaria, he seguido y participado en cuanto proceso político electoral se daba a mi alrededor: desde las elecciones nacionales que, aún sin poder votar, era un hincha más del partido político al que le apostaban mis padres, hasta las elecciones dentro de mi sección, o de las que se realizaban para escoger la presidencia estudiantil de mi querido y recordado Colegio Calasanz.

Y claro, siempre tuve conciencia de que yo era, en definitiva, un Zoon politikón y como tal no podía quedarme ajeno a estos procesos. Pero en mi caso particular esto se dio por varias razones, pero fundamentalmente, porque parte de mi niñez la viví sin saber qué era una democracia y de qué se trataba votar. Mis padres eran españoles inmigrantes y vinieron al “Nuevo Mundo” cargados de voluntad y esperanza, huyendo de una de las más nefastas y oscuras dictaduras del siglo XX: la del infame tirano Francisco Franco.

Supongo que, a estas alturas del partido, muchas de las personas que me están leyendo se preguntarán por qué me remonto a unos estadios tan personales como “nada que ver” con el tema del abstencionismo electoral. Pues es fácil, porque para mí la abstención nunca ha sido ni será una opción y espero que hayan entendido mis razones.

Tal como el zacate, los palos de jocote y las chinas que nacen, crecen y florecen tan naturalmente en este vergel mundial llamado Costa Rica, es la creencia popular que nuestro sistema democrático se mantendrá incólume e impasible por los siglos de los siglos, independiente de quien quede electo cada 4 años.

Esta visión determinista de qué no importa por quién votemos nada va a cambiar, y la situación va a seguir siendo la misma porque los políticos “son todos iguales”, es la peor trampa que nos puede tender la apatía cívica y la postergación deliberada que deja en otras personas la decisión que todos(as) deberíamos tomar.

 Sin embargo, no deja de tener algo de verdad, sino mucha, quizás. Pero regresando al tema y a la “Operación Frijoles”, quiero pensar que es en esta labor cotidiana casi automática y marcada por la inercia de la mundanidad, en donde se gestará el verdadero cambio. 

Y no solamente es esa mutación interna, que falsamente se le atribuye a Gandhi, es la que va a lograr promover el cambio que uno(a) quiere ver en el mundo. Ese cambio interno no puede reducirse a una postura simplista de qué si yo logro mejorar en mi fuero personal y llego a ser una persona ejemplar debido a mis actos, por ósmosis, o yo no sé por qué otro fenómeno físico, el resto de la sociedad va a cambiar –como en una suerte de reacción en cadena– ante la admiración que le podemos profesar a alguien que hace el bien y de la manera correcta. 

Caricatura por el artista costarricense Jose Pablo Ureña

No, realmente no creo que el poder mesiánico de una persona que, a punta de imagen y ejemplo, logre inspirar más allá de su familia o de un reducido grupo de gente conocida. No considero que el cambio y la búsqueda de la perfección se limiten a la minúscula e individualista tarea de ser mejor cada uno(a) de nosotros(as). Que se reduzca a un ámbito tan pequeño y egoísta como el de nuestro propio quehacer.

No, los grandes cambios que históricamente se han dado en la humanidad, si bien es cierto requieren de esfuerzos individuales de personas íntegras y con una visión y empeño fuera de lo común, suceden gracias a los seguidores de estas personas y el trabajo colectivo alrededor de ellas, ya que logran reproducir y perpetuar las ideas y los actos de dichos(as) individuos(as); en definitiva, será la unión de voluntades la que nos hará cambiar como sociedad. 

El trabajo diario de cada persona hecho de forma correcta y concienzuda es el primer paso para el cambio, sin embargo, como ya mencioné, no puede quedarse ahí y creo firmemente que emprender acciones concretas de forma conjunta con nuestros pares, son las que van a gestar el verdadero cambio colectivo. No podemos seguir esperando que sean otras personas las que vengan a resolver todos los problemas por nosotros(as) como tampoco podemos pensar que, por más esfuerzo que hagamos en el campo personal y gremial, nada va a cambiar porque el sistema es un monstruo de siete cabezas imposible de vencer. 

Ciertamente, esta manera de pensar es la que ha llevado a la mitad de la ciudadanía al extremo del “porta´mí”. Adagio popular que refleja varias de las facetas más tristes de la idiosincrasia costarricense: la desidia, la falta de solidaridad y empatía, y la falta de involucramiento generalizado para asumir compromisos colectivos por el bien común.

Es imperante que como costarricenses dejemos ya esta indiferencia ante el quehacer político, que abandonemos el menosprecio al trabajo comunal para que, por el contrario, fomentemos las sinergias positivas necesarias con el afán de resolver los “problemas-país” que nuestras comunidades tanto nos demandan.

Y bueno, para ir cerrando esta hablada de bar –de esas mismas que el guaro nos hace suponer que estamos arreglando el mundo–, les puedo decir que quede quien quede electo hoy, en mi caso particular seguiré haciendo lo que hace 15 años inicié como una quijotada y que, por suerte, ha trascendido más allá del interés personal de satisfacer mi ego como activista por la movilidad no motorizada. 

Seguiré trabajado por mi comunidad inmediata con el mismo compromiso que adquirí el 1º de mayo el 2020 cuando inicié mis labores como síndico suplente del distrito de Granadilla de Curridabat. Seguiré trabajando en mi empresa, tratando de dar, al igual que siempre, mi máximo esfuerzo contribuyendo a la economía nacional y seguiré tratando de transferir algo del conocimiento que he adquirido durante mi vida profesional, a mis estudiantes de urbanismo de la universidad donde doy clases.

Arte por Jose Pablo Ureña

Esta es mi realidad real y cada persona tendrá la suya, pero, aunque el grueso de la población tendrá que seguir con su rutina diaria independientemente del resultado de las elecciones, es hora que, como ciudadanos(as), empecemos a tender puentes entre los diferentes gremios, a crear lazos de trabajo y solidaridad en nuestras comunidades, a “creernos el cuento” que la unión hace la fuerza y que hechos son amores, no buenas razones como versa el refrán. Porque, tal como dice la canción que le da el título a esta reflexión: “… Al final las obras quedan, las gentes se van / Otras que vienen las continuarán/ La vida sigue igual…”