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El tres leches me da vida y conforta mi alma, amén

Por Jasson Muir Clarke

Me pueden pedir perdón con un tres leches. Tener uno en el refrigerador me asegura de que todo estará bien a pesar del mundo y sus cosas horribles.

Mi hermana mayor tenía un cuaderno de recetas escritas a mano, entremezcladas con varias otras en hojas sueltas de cuando los periódicos traían insertos en papel de revista. 

Yo tenía si acaso nueve o diez años y comencé a hornear para ser autosuficiente en postres. Entre las recetas venía una hoja con ingredientes muy básicos que tenía a mano: huevos, harina, azúcar, agua fría, polvo de hornear, y leche condensada, evaporada y crema dulce. 

Lo más difícil de las instrucciones sería quizá el batir las claras a punto de nieve sin tener una batidora en casa, pero mi mamá me había enseñado a poner el mango del globo batidor entre ambas manos y frotarlas rápido para incorporarles aire sin cansarme pronto.

Quizá no era la primera vez que comía tres leches, pero sí la primera en que un postre me parecía simple y accesible, algo que podía hacer sin temor a cometer errores o a desperdiciar ingredientes. El bizcocho salió del horno y lo puse a enfriar. Minutos después, el baño dulce de la mezcla de leches y una tapita de vainilla. Sin lustre porque no sabía hacerlo, igual no hacía falta.

Obsesionado. Quedé marcado de por vida.

Lo más probable es que el tres leches es de origen nicaragüense. Si es así, bendiciones a los hermanos de tan hermoso país por regalarle a toda Latinoamérica el postre que nos une gastronómicamente. 

Mi relación con el tres leches es visceral e identitaria. A uno le puede gustar un postre u otro, pero lo que yo siento por este va más allá de gustos. Lo amo y lo respeto. Nos entendemos.

Lo primero que busco en los menús de comidas es si tienen tres leches. Mi familia sabe que si lo veo en el menú, lo voy a pedir. Un restaurante sin tres leches es un restaurante que no quiere mi dinero. Me pueden pedir perdón con un tres leches. Tener uno en el refrigerador me asegura de que todo estará bien a pesar del mundo y sus cosas horribles. Que aún hay cosas buenas para disfrutar.

El tres leches es más que un simple bizcocho húmedo. El bizcocho del tres leches es el balance perfecto entre una genoise y un angel food cake. Tiene la estructura ideal para ser ligero sin perder presencia, y absorber un líquido pesado sin comprometer su integridad.

Y la salsa, qué maravilla. ¡Qué magnífica y brillante combinación láctea! El dulzor y la untuosidad de la leche condensada, y la riqueza que aporta la grasa de la crema dulce, ambas balanceadas por la sedosidad de la leche evaporada. Envuelve al bizcocho y me envuelve a mí, como un recién nacido en una cobija perfumada. 

Pese a la simplicidad de sus ingredientes, comerse un buen tres leches toca el alma y la inyecta de felicidad. Es como el final del Bolero de Ravel: la última vez que se repite el tema con toda la orquesta, el tema inicialmente tímido es reinterpretado de una forma casi sensual, voluptuosa, insinuante, que insiste en una seducción hipnótica. 

Lo que me tiene maravillado últimamente son las audaces combinaciones de otras maravillas gastronómicas que mejoran encima de un tres leches. Flan de tres leches. Chocoflan de tres leches. Torta chilena de tres leches. Absoluto libertinaje y hedonismo, como si inventaran nuevos pecados para irnos gozando al infierno, muertos de risa. Estoy fascinado, me encanta, que nunca acabe.

Hace unos años, visitando una feria callejera en Colombia, un señor sacó del maletero de su auto una bandeja de tres leches con un mousse de rambután encima. Cuánto exceso y lujo, Dios mío, me sentía millonario. Millonario en tres leches. 

He visto recetas de cocineros de Estados Unidos y Europa donde pretenden bañar un simple queque de vainilla y salirse con la suya llamándolo tres leches. Pobres ilusos, que Dios los perdone porque yo no puedo.

Que Dios también perdone a quienes sirven porciones mínimas, o hacen un bizcocho delgadito y le encaraman crema chantilly hasta ahogarlo. Servir un tres leches es una oportunidad de vida para practicar la generosidad. Ni pequeño, ni seco, y mucho menos opacado. El tres leches no necesita ser blasfemado de esa manera.

Yo tampoco admito blasfemias contra el tres leches. Es el postre latinoamericano por excelencia. Representa la grandeza a partir de lo simple. Lo hemos exportado alrededor del mundo como un activo cultural y culinario. Fácil de hacer e imposible de olvidar. Es sublime, maná del cielo. Alabado sea.