Columna

El cambio climático me va a amargar el café

Por Larissa Soto
@lari_iral

Asistía a una cumbre de acción climática. Mi reloj biológico centroamericano me estaba reclamando no haber tomado café, porque la tarde había sido infinita y todavía brillaba el pleno sol en Santiago de Chile, eran las 7:00 p.m. Se terminaban las conferencias, las mesas de discusión y simplemente empezaban otras. Nadie parecía tener la necesidad de sentarse a reponerse de la confusión.

La urgencia de tener ese momento para detenernos, ese permiso de reflexionar la tarde, incluso una excusa para conversar, es solo una de las formas en que esta bebida ha influenciado nuestra cultura.

“Tomémonos un café un día”, es una forma de decir, “sentémonos a profundizar en ese asunto”, “conozcámonos mejor”, “pasemos tiempo de calidad”. Pero no sorprende para nada que el día estipulado, nuestra compañía prefiera otra cosa de tomar, porque el café, en Costa Rica, es más un tiempo de comida, que una cita con una rara especificación.

La calidad del café, además, es una prioridad país. Está estipulado que no se pueden mezclar especies, como en otros lugares, donde Coffea canephora y Coffea arabica se combinan sin ningún pudor en los paquetes del supermercado. Nuestro 100% arábiga, está cuidadosamente regulado para tener cierto cuerpo, acidez, aroma, poder ser etiquetado como “Café de Costa Rica” y salir de esta frontera.

Y dentro de esta frontera, se perfuman todas las mañanas las cocinas de las casas, los locales y de las oficinas, atrasando con total descaro cualquier labor programada para antes de las 9:00 a.m. La gente bebe litros y litros de la infusión de unos granos que, casi con certeza, fueron recogidos por manos nigaragüenses o ngäbe-buglés. En el fondo de esa taza sagrada se acumula todos los días la invisibilización de la persona migrante como sujeto socioeconómico en el país.

Pero vuelvo a la cultura. O a la cumbre, en Chile, de algún modo. El cambio climático está ocasionando  en el sector cafetalero global una crisis que está a punto de amargarnos el café. Literalmente. Los cafetos cada vez necesitan sembrarse más alto para conseguir las temperaturas ideales, o para defenderse de la roya y de la sequía. La variedad robusta de C. canephora, con gran rendimiento y resistencia en condiciones cálidas, pero con peor desempeño en taza, está empezando a llamar la atención del sector productor.

El cambio climático nunca ha sido un asunto meramente ambiental. Nos está pegando duro al bolsillo y amenaza algo tan propio de nuestra cotidianidad como el café, y todo lo que conlleva.

Y es que en Costa Rica, no importa si no sos una persona “cafetera”. No podés desprenderte del impulso económico que pone la persona migrante en las arcas del Estado, ni del paisaje que ha moldeado el cafetal.

Y hay quienes no queremos desprendernos tampoco del derecho a navegar la paz o el agobio de la tarde, por lo menos por el ratito que dura la taza.