Arturo Pardo

Manuel, Pablo y el Coronel.

Por Arturo Pardo

Cuando se fue de Costa Rica hacia Atlanta era 1969. Manuel se fue a disfrutar de una vida donde pudiera ser libre; así lo interpreta Pablo, su sobrino-nieto. 

En una llamada entre el equipo a cargo del Good Feed nos fue contando algunos detalles de su familiar (quien hoy tiene aproximadamente 70 años) y poco a poco nos fuimos consumiendo en la historia. Lo convencimos de que el retrato de Manuel, pintoresco por todo lado, merecía un espacio en esta edición.

¿Qué tiene Manuel de peculiar? Es homosexual y, mientras vivía en Costa Rica, nunca pudo ser él mismo a ojos de su familia.

 

Desde la perspectiva de Pablo, quien se acostumbró a verlo y conocerlo apenas en cada una de sus visitas al país, ese importantísimo elemento de su vida y personalidad obligó a Manuel a autocensurarse. 

 

Cree que, debido al conservadurismo, el resto de su familia se perdió la oportunidad de conocer a la persona real detrás del personaje que se presentaba (y aún presenta) con cada visita.

 

Al venir a Costa Rica, durante mucho tiempo, Manuel se quedaba en la casa de la abuela de Pablo. Él, por su parte, fue el único niño en la familia durante mucho tiempo, pasando horas y horas en aquella casa en barrio Vasconia.

 

Cuando hace memoria, recuerda a Manuel con su bigote y acento particular y pronunciado.

 

Lo tiene presente como alguien detallista, que  en cada viaje, traía regalos para cada miembro de la familia. Con mucha intriga le abría su valija para tratar de adivinar cuál de esos regalos era para él… Al abrir el equipaje el contenido tenía un olor a nuevo, “a algo traído de la Yunai”.

Lo asocia con las risas, con chistes incomprensibles o con ir a Jacó, donde sacaba el Coppertone y un paño peculiar.

Entre aquellas visitas, en algún momento conoció a John, quien Manuel presentó como “su amigo”. Luego, con algunas historias, también supo sobre la parafernalia de Gallus, el primer bar gay de Atlanta, del que recuerda el logo, alguna gorra y bueno, una camisa estilo polo que le regaló a alguien de la familia y que se quedó en manos de Pablo.

 

Se le viene a la cabeza una foto de Manuel disfrazado de Yoda. Es la foto más sorprendente de él entre todas las que Pablo ha visto. Esas imágenes mentales lo obligan a devolver el cassette a los ochentas, los noventas, los dosmiles. Le hace pensar en el misterio que se asociaba a él,  pero también en la problemática de la idiosincrasia tica, del pueblo y de la patria.

 

“Había una doble vida de cara a la familia, pero era algo más obligado que otra cosa. Sé que no pudo ser completamente libre”, agrega.

 

Con todo esto presente, Pablo sabe que no tiene un registro de la historia completa de Manuel, pero, a la vez, eso lo hace valorar más su relato.

 

En medio de la investigación que hizo llamando a su tío-abuelo, se puso a pensar en el miedo, el tabú, la lejanía, la ausencia, las cartas, las fotos. De igual forma pintó en su cabeza lugares que Manuel menciona de forma repetida: la Cueva de Serpientes, el restaurante, el “Coronel”, Sears, o la comida sureña.

Toda esta información ahora hace que a Pablo se le venga a la cabeza la inevitabilidad de ocurrencias y sensaciones donde están presentes las drogas, la marihuana, la fiesta, el sexo, el sida, los setentas, los ochentas, los noventas, los dosmiles, la soledad, la vida misma, las mentiras, el silencio, la otra verdad, el outsider, el reflejo, el desorden.

La historia íntima de Manuel es casi hollywoodense y da la posibilidad de hablar de las personas que no llegan a ser completamente libres. No hace falta meditar demasiado para recordar que en cada familia, hay historias como las de Manuel y que, ojalá, haya un Pablo dispuesto a contarla cuando sea oportuno.