Por Adriana Gutiérrez Camacho
@adrigu31 @metamentalcr
Cuando las cosas se salen de control nos vemos vulnerables porque se ve cuestionada nuestra visión de mundo y el significado u orden ideal que le otorgamos a la realidad.
“Todo está bajo control”: una frase que nos gusta escuchar, que nos da seguridad, tranquilidad y una sensación de que todo va a estar bien. Sin embargo, ¿qué sucede cuando esto no es posible y chocamos con una realidad incierta?
Todas las personas tenemos una zona de confort. De una u otra manera, siempre tendremos una serie de conductas, pensamientos y expectativas “preferidas”, influenciadas por aquello que es conocido, que sabemos manejar o predecir y que no nos genera incertidumbre. Nuestra zona de confort funciona como un espacio seguro que nos protege de situaciones que nos generan estados emocionales desagradables.
Un componente de nuestra zona de confort es la sensación de control percibido. Sentimos tranquilidad cuando las situaciones se dan tal y como esperamos, ya que constantemente buscamos estados emocionales de bienestar y evitamos situaciones que atenten contra ellos. Es completamente normal y necesario sentir seguridad, pero sin olvidar que no puede ser un estado permanente. Una situación imprevista o inesperada puede traerse abajo todo lo que cognitiva y emocionalmente hemos estructurado como “ideal”, y es en estos momentos de crisis o desajuste temporal los que ponen a prueba nuestra sensibilidad a la incertidumbre.
Por ejemplo, nuestras vidas cambiaron abruptamente en marzo del 2020 con el inicio de la pandemia. Muchos de nuestros planes y expectativas se vieron interrumpidas ante una amenaza inminente e incierta. Queríamos encontrar una respuesta o solución inmediata, poco realista además, ya que desconocíamos el largo camino que teníamos por delante para llegar a una relativa estabilidad hoy en día. Lo cierto es que parte de la naturaleza humana es buscar cierres o respuestas a todo lo que sucede, puesto que dar un sentido a la realidad es lo que nos permite existir. Cuando las cosas se salen de control nos vemos vulnerables porque se ve cuestionada nuestra visión de mundo y el significado u orden ideal que le otorgamos a la realidad. Ante la ausencia de respuestas tendemos a realizar interpretaciones erradas de la realidad o creamos escenarios fatalistas, desarrollamos un pensamiento catastrófico. Estas son maneras de racionalizar y afrontar la incertidumbre, de encontrar respuestas, de descartar o afirmar hechos, pero también de causar malestar.
La incertidumbre y la preocupación tienen un carácter adaptativo porque nos permiten anticipar posibles amenazas y situaciones desagradables, pero como cualquier otra emoción, ninguna es buena en exceso. Al enfocarnos tanto en el temor al futuro, nos podemos olvidar de gestionar correctamente el presente, y al temerle tanto a emociones desagradables no sabemos cómo reaccionar en el momento que aparecen. La ansiedad rumiante se torna aprehensiva y constriñe nuestros recursos cognitivos y emocionales a un punto en el que ya no es adaptativa, sino dañina. A este punto optamos por respuestas impulsivas o con evidencia limitada, con tal de encontrarle un sentido a lo que sucede; y entonces preferimos reducir nuestra ansiedad rápidamente, pero no correctamente.
Esperar no es nuestro fuerte
No todas las personas manejamos la incertidumbre de la misma manera, pero hay dos hechos que podemos afirmar sin duda alguna:
1) La única constante es el cambio
2) La vida es más ligera cuando aprendemos a soltar situaciones que no están bajo nuestro control. Esto fácil no es, pero vale la pena aprenderlo.
Todo recae en trabajar nuestra flexibilidad cognitiva. Para ayudarnos a afrontar la incertidumbre de mejor manera podemos comprender que el control absoluto no es realista, abandonar nuestra zona de confort, desapegarnos de los escenarios ideales y considerar la existencia de otros posibles resultados o desenlaces. De esta forma, cuando tenemos una crisis encima, especialmente si se trata de una que está fuera de nuestro control, tendremos una mejor capacidad de afrontar lo que suceda, aunque no recibamos la respuesta o desenlace deseado. Esto no significa resignarse cuando algo malo sucede ni recaer en una positividad tóxica, sino aceptar las malas situaciones y encontrar otros posibles escenarios que disminuyan el malestar y potencien nuestra capacidad de afrontamiento y adaptación realista y resiliente, lejos de lo catastrófico.
Siempre existirán situaciones negativas y frustrantes, por lo que saber vivir con la incertidumbre es vivir como merecemos. Una ansiedad productiva/normal o aprehensiva/dañina es aprender a identificar hasta dónde nuestra ansiedad frente a la incertidumbre no solo nos da un panorama de afrontamiento de situaciones adversas más realista, sino que nos ayuda a fomentar sentimientos de autocompasión para comprender que está bien no poder controlarlo todo.
Sentir miedo es válido, y buscar seguridad para prever situaciones negativas es necesario, en la medida que no nos coloquemos en niveles de autoexigencia y control inalcanzables.
Si la vida es cambiante e incierta, ¿por qué no lo sería nuestra capacidad de afrontamiento?
“Consideramos la incertidumbre como el peor de todos los males hasta que la realidad nos demuestra lo contrario.”
Jean Baptiste Alphonse Karr