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El Club de las Mamás Súper Más o Menos

Por Carolina Monge
@caromonge

Siempre he querido hacer un club así. Uno en que empecemos sesión con la frase “Mi nombre es X y soy una mamá súper más o menos.

El club tiene reglas:

1. La maternidad perfecta no existe.

2. Está bien necesitar un “break” de la maternidad y admitirlo.

3. Aportaremos información y nuevo conocimiento siempre que podamos mejorar la experiencia materna de una compañera de campo, antes de juzgarla por sus malos momentos como madre.

4. En las reuniones siempre habrá buen café, té, palitos de queso y cupcakes.

Ese club, si tuviera una imagen que lo representara, sería el de una mujer de contextura regular que “vuela” en horizontal con sus hijos montados en su espalda, ni hacia arriba ni hacia abajo… solo hacia una suerte de zig zag centralizado que sugiere visualmente su aparente necesidad de llegar a algún lado que no sea caer al piso con sus hijos a cuestas.

Antes de continuar describiendo el club (y el logo), les cuento de dónde nace: nace de la enorme presión de ser mamás —ni buenas, regulares o malas— sólo mamás.

Todos los expertos: neurólogos, psicólogos, pedagogos, pediatras (por mencionar algunos) confirman y respaldan el importantísimo rol que la madre (o figura materna) desempeña en la vida y desarrollo de un niño o niña.

Desde los primeros meses y hasta al final del desarrollo, donde se puede decir que ya el humano cuenta con un cerebro “maduro”, el rol de la madre suena y resuena, como la responsable de mucho —y en mi humilde opinión de madre—: tal vez demasiado.

No solo somos las que podemos hacer crecer un bebé dentro nuestro y mantenerlo vivo con alimento producido por nuestro propio cuerpo (clara señal de que la barra está bien alta desde el minuto uno de la concepción); sino que durante las etapas más importantes del desarrollo, somos el referente emocional por excelencia del cual nuestros hijos e hijas sentirán y formarán (o no) un apego seguro bajo el que se modelarán todo el resto de relaciones afectivas futuras.

La presión anteriormente expuesta en mi cabeza se resume así: dale, vos tranquila, dale a la maternidad. Lo único que está en juego es el bienestar absoluto de otro ser humano, pero dale – YOU CAN DO IT!

Volviendo al club:  “Hola, mi nombre es Carolina y soy una mamá súper más o menos.

“Hola Carolina”, me dan la bienvenida mis compañeras, que me miran con compasión y asienten de medio lado con ternura, indicándome que estoy en un lugar seguro.

Con un cafecito en la  mano empezaría mi testimonio:

“Han pasado 3 horas desde la última vez que fui una mamá super más o menos. Otra vez, perdí la paciencia. Otra vez en lugar de hablar con ternura y entender la perspectiva de de mi hijo; validar sus emociones y modelar auto control utilizando oraciones positivas como “apreciaría mucho que en la casa anduvieras con zapatos”, le dije: “¿Cómo es posible que una vez más tengo que decirte que el piso está sucio y andás pasando las medias por toda la suciedad? ¿Cómo hay que decirte que te pongás pantuflas?”

Sí, yo he dicho eso: ¿Cómo es posible? ¿Cuántas veces hay que decir “equis”? ¡Estoy loca (y he dicho harta) de decir ‘ye’! Entre otras frases célebres que en algún momento escuché decir a mis referentes maternos.

Continúo… “No sólo eso. Yo quiero controlarlo todo. Quisiera controlar el tipo de alumnos que son en la escuela y colegio, el tipo de amigos que son, el tipo de humanos que serán. Soy la mamá que quiere respetarlos y dejarlos ser su propia persona, pero que al mismo tiempo sufre cuando esas personitas se salen de control y cuestionan lo que les pido. Soy tan súper más o menos que quiero que se defiendan y cuestionen todo, menos a mí”.

Le doy un mordisco a mi palito de queso y mastico. Me limpio las boronas y concluyo: “El mayor problema es que constantemente me embarga la ansiedad de pensar que cada acción mía -por exceso u omisión- está determinando minuto a minuto si serán funcionales y felices”.  Rompo en llanto y me hundo en mis piernas; se me cae el palito de queso.

En ese momento siento manos en la espalda. Son las manos de mis amigas, confidentes y “co-miembros”, que me abrazan con una sola mano para no ahogarme.

Yo sigo llorando. En ese calor solidario y con los ojos cerrados, se me vienen imágenes claras: veo los ojos de mi hijo mayor cuando íbamos entrando a nuestro primer concierto juntos; veo a mi hijo menor metiéndose en mi cama en la madrugada y gatear en modo automático hasta encontrarme con su olfato y acomodarse abrazándome, para continuar con el sueño más profundo y tranquilo de la noche. Siento el abrazo de Luca, que tiene una manera tierna y suave de hacerlo y donde ahora, que es de mi tamaño, puedo acomodarme perfectamente en su cuello para olerlo. Veo las manos de Elías agarrándome la cara y diciéndome: ¡Sos la cosa más suavecita y tierna del mundo!

Me veo siendo vulnerable ante ellos y veo sus miradas de compasión hacia mí. Me pasa por la mente todo lo que he aprendido en 13 años sólo para poder cuidarlos mejor.

Entonces me levanto. Me levanto y entiendo que esas manos en la espalda de mis compañeras son el desfibrilador con la descarga de evidencia que indica que no todo está tan mal como mi ansiedad materna lo plantea y que por cada momento súper más o menos que vivo en la maternidad, hay muchos otros que son absolutos aciertos. Por esos momentos vale la pena luchar y continuar volando en el continuo zigzag emocional, SIEMPRE.

Una amiga me pasa un kleenex y otra me trae un palito de queso nuevo; me acomodo bien en la silla y agarro de nuevo mi café que ya va a empezar el siguiente testimonio del Club de las Madres Súper Más o Menos.

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Caro es mamá de 3 emprendimientos: 2 de ellos humanos (Luca y Elías) y  uno comestible (Panda Yuca). Además de publicista y educadora, es una conversadora incasable y se siente realizada cuando puede generar conexiones y nuevas relaciones entre gente que aprecia y admira. IG: caromonge


 

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